Cinco Años Después.-
Bélgica.-Abril.- Podía sentir mis músculos entumecidos, el frío calando en mis huesos, mientras el coronel Elijah Maxwell me observaba con ojos inquisitivos, ese brillo queriendo verme fracasar, él es mi pesadilla, desde mi llegada a la brigada de operaciones y fuerzas especiales de Bélgica. Solo por ser la típica rubia americana, me etiquetó de manera insultante, todos estos años se ha esforzado por convencer a todos incluyéndome, que este no es lugar para mí, que no tengo lo que se necesita para ser militar y a pesar de que le he callado la boca un sinfín de veces, sigue intentando romperme. — ¿Qué pasa capitana Ford? Por fin te vas a rendir, por fin aceptarás que este no es un lugar para un Barbie como usted. “Barbie” desde que me enlisté no ha hecho otra cosa que ponerme apodos, “Barbie, Barbie Ford, rubia flácida” este ultimo tuvo que abandonarlo seis meses después de entrenar. Pero, no iba a permitir que me afectara, al principio lo hacía, mas no se lo demostraba, pero han sido años en lo que mi coraza se ha reforzado, para mi esos adjetivos eran lo de menos. Lo que él Coronel no sabía, era que yo había estado en el mismísimo infierno y había regresado, solo el rencor y el odio, la sed de venganza era lo que recorría por mis venas. Cada uno de mis compañeros cayó, uno a uno hasta dejarme sola, una vez más estaba invicta en el fuerte entrenamiento. — ¡SUFICIENTE! –bramó con furia el coronel, al ponerme de pie lo miré con arrogancia Se acercó letalmente a mí en silencio, le salía humo de la nariz y de la boca, una vez más debía meterse la lengua donde no le entraba el sol. — ¡RETIRENSE! ¡MAÑANA A LAS QUINIENTAS HORAS EN SALON DE ARMAS! — ¡SÍ, SEÑOR! –respondimos todos con el saludo oficial. Todos lo vimos alejarse, ruedo mis ojos con fastidio, masajeando mis brazos. — ¿Nunca te dejara en paz, cierto? –Pamela una capitana al igual que yo, una chica alegre, española con un gran espíritu, mi única aliada, ella no ha entendido mi deseo de estar sola, es un grano en mi culo, se acerca frotándose los brazos. — No, le doy importancia, crecí con hombres así y hasta peores –le digo sin expresar emoción. — Cada vez que te otorgan un rango se pone más ogro. — No sé cuándo será el día en que le dé un infarto –respondo con mi tono acido de siempre. — ¿Has visto sus músculos? Es como un roble y como el buen vino –de reojo observo a Pamela relamerse su labios–. no pierdo mis esperanzas de tenerlo en mi cama. Ignoro sus palabras, caminando hasta nuestra habitación, sí, por desgracia es mi compañera junto a otros tres capitanes. — Oye, esta noche el grupo va a salir, iremos a un bar ¡vamos! — No tengo ánimos de salir Pamela. — Nunca estas de ánimo, llevas años encerrada en esta base, nunca te he visto divertirte. — Porque no estamos aquí para divertirnos, ¡Joder! ¿Cuándo vas a madurar y a tomarte esto en serio? Por primera vez en un buen rato, hace silencio y es cuando aprovecho de tomar mis cosas de ducha para ir a los baños. Mi vida después de ese terrible día, obviamente no fue la misma, Asher, el maldito que arruinó mi vida me dio a escoger entre un psiquiátrico o la armada, como verán escogí enlistarme, apenas me enlisté hicieron una solicitud de cadetes para la base específicamente en la unidad de inteligencia y fuerzas especiales militar (UIFEM) en Bélgica, la cual fui la primera en firmar. Anhelaba estar lejos de él y de Finn, sobre todo de este último, descubrir que Asher me habría realizado un aborto y que mi hermano no hizo nada para impedirlo fue el peor golpe que pudo darme. Quería olvidar lo que soy, pero el apellido legendario de mi familia siempre me iba perseguir, fue inevitable que me catalogaran, al principio creyeron que era una princesa que se valdría de su apellido, pero he demostrado lo contrario a todos, convertirme en la mejor, no para demostrárselo a ellos sino a mí misma, sujeto mis dog tags, repaso con la yema de mi dedo mi nombre grabado Abril F. no era lo que deseaba hacer en mi vida, pero no puedo dejar de sentirme orgullosa por lo que he alcanzado. Cada rango me lo he ganado con sudor y mucha sangre. (…) Después de la ducha, camino por el campo, los pasillos a esta hora están desolados, como debía ser, a excepción de la guardia de turno que vigila las instalaciones, sin embargo aprendí en todos estos años a conocer cuáles son los pasillos que no tienen vigilancia, un terrible error para una base militar del país más poderoso del mundo, pero es algo que a mí me beneficia. Retrocedo escondiéndome detrás de una columna al ver “al grupo” entre ellos mi sombra, Pamela escapándose de la base, una vez alejados sigo mi camino hasta el sótano. Enciendo mi pequeña linterna, estos son archivos de papel, después que todo se sistematizó, esto se ha abandonado, camino por uno de los pasillos y apago la pequeña linterna hasta llegar al último iluminado por una luz tenue, me detengo. Mi piel se eriza cuando siento sus manos sobre mi cintura y su aliento calentando la curvatura de mi cuello, un jadeo escapa de mis labios. — Te encanta retarme –esa voz rasposa, susurra en mi oído, acompañada de un pequeño mordisco, me giro para quedar frente a él, retándolo con mi mirada, encendida, deseosa. — Y usted mi coronel, no ha entendido que no soy fácil de doblegar. Mi altivez lo excita, esto es prohibido claramente, un coronel y una capitana de la misma base siendo amantes, es un total escándalo, peligroso, pero, tan placentero. Sus ojos feroces se clavan en los míos, no dudo en lanzarme sobre él y pegarme a sus labios, nuestros besos no son roces cariñosos, tímidos, son una colisión ardiente, su boca se abrió sobre la mía con una avidez que siempre me roba el aliento, sentí la textura suave, pero firme de sus labios, la humedad cálida de su lengua buscando la mía con una impaciencia electrizante. Estos éramos Elijah y yo, solo fuego, no solo en el campo de concentración, en la guerra, el entrenamiento, a ambos nos gustaba lo prohibido, la pasión que nuestros cuerpos siempre liberaba, era una rebeldía de lo que no se debía hacer, pero que se disfrutaba tan bien. — Tengo que castigarte, por retarme en el campo, esa arrogancia… lo sabes. Suelta entre jadeos, sentí el calor de sus palmas, quemando a través de la tela de mi ropa, aferrándose a mi piel de manera posesiva y dominante, marcando su territorio. — Sí, castígame –le supliqué en medio de un gemido. Sus manos desgarraron mi camiseta, subieron hasta mis pechos apretándome con fiereza. Me tomó por el cabello inclinando mi cabeza hacia atrás, sus labios fueron dejando besos húmedos por mi cuello, a pesar de la suavidad de sus labios, su barba me raspaba enviando pequeñas descargas exquisitas por mi piel. Cada beso era una explosión de sensaciones, el modo en que succionaba mi labio inferior, en que sus dientes rozaban los míos en un mordisco juguetón, pero cargado de intención. Se deshizo de mi pantalón con agilidad, se apartó sin dejar de mirarme con esa ferocidad, ese deseo ardiente y esa superioridad que me quemaba, se bajó el cierre, su longitud saltó ante mis ojos, sonrió mientras enroscaba sus dedos en su virilidad, dura como piedra, acercándose lentamente como una fiera que sabe que tiene a su presa acorralada, pero yo estaba lejos de ser una presa. Cuando estuvo a pocos centímetros aparte su mano y la mía ocupó su lugar, apenas sintió el calor de mis manos, su cabeza se fue hacia atrás, apretando su mandíbula. Acaricié su miembro, me puse de puntillas mordiendo ligeramente su mentón, un rugido rompió el silencio. Abrió los ojos, me pego a la pared levantando mi pierna enroscándola en su cintura y sin piedad se introdujo en mí. — Te voy a castigar cada vez que me retes –expresó en medios de sus embestidas salvajes, el placer, este placer era lo que me mantenía viva. Lo que teníamos Elijah y yo, solo sexo feroz y placentero, sin sentimientos, ni ataduras.