Analía parecía no prestarle la mínima atención, seguía absorta revolviendo su café. Santiago le tomó la mano y detuvo su repetitivo movimiento
– ¿Me estás oyendo, An? – ella por fin levantó la vista
– Sí, perdona, es solo que…
– ¿Solo qué?
– Que no deja de parecerme extraño que hace poco ni te conocía y ahora hasta vas a comprar mi casa para que no me quede en la calle – él la abrazó
– Mi vida, esto es momentáneo, me ayudará a regularizar papeles aquí, lo necesito si quiero quedarme por un tiempo, luego te juro que te daré los tí