ALARIC
La tensión en la habitación era palpable. Dámaso tamborileaba los dedos sobre la mesa con impaciencia, mientras que Dara cruzaba los brazos con el ceño fruncido. Mikhail, por su parte, se mantenía impasible, observando la puerta con frialdad. Yo respiré hondo antes de hablar.
—Cuando Charles llegue, quiero que mantengan la calma —dije, asegurándome de que mi tono fuera lo suficientemente firme para que lo tomaran en serio—. No es suficiente acabar con el líder de los cazadores. Si queremos que esta guerra termine, debemos destruir la organización por completo.
Dara soltó una risa sarcástica.
—¿Y cómo se supone que lo hagamos? ¿Invitándolos a cenar y pidiéndoles amablemente que se retiren?
—Dara… —advirtió Mikhail.
—Lo que quiero decir es que nos estamos uniendo al enemigo.
En ese momento, la puerta se abrió y Charles Argent hizo su entrada. Alto y de porte elegante, caminó con calma hasta la mesa, mostrando una sonrisa educada.
—Mis disculpas por la tardanza —dijo mientras se