Una espina

Observando cómo el rostro de Magnus se ensombrecía, Astrid se sintió secretamente complacida. Lloraba aún más, con lágrimas resbalando mientras suplicaba:

—¡Magnus, eres mi cuñado, tienes que defenderme…!

Zara avivaba el fuego desde un costado, esbozando una sonrisa:

—Miren lo miserable que se ve, llorando así. De verdad, necesitas defenderla, o la gente dirá que eres un cuñado cruel, que solo observas mientras los demás acosan a tu hermana…

De repente, se detuvo en medio de la frase.

Magnus había dado un paso delante de ella y, sin previo aviso, tomó su mano. Su agarre era firme y dominante, completamente abrumador. No importaba cuánto intentara liberarse, no podía escapar. La fulminó con la mirada, la ira burbujeando: si realmente estaba defendiendo a Astrid, la destrozaría.

—¡Magnus…! —Astrid observaba cómo él sujetaba la mano de Zara con fuerza. A pesar de las lágrimas que corrían por su rostro, su corazón estaba lleno de un retorcido deleite. Gritaba en su interior: ‘¡Castiga a e
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