—Vanessa, deja de presumir delante de mí. No podrás quitarme a Luca… igual que no pudiste hace cinco años, e igual que no podrás ahora. Desde el principio hasta el final, Luca solo me pertenece a mí.
Los ojos de Beatriz ardían de furia mientras miraba fijamente a Vanessa, sin molestarse en ocultar el odio que le tenía.
—¿Ah, sí? ¿Que no puedo quitártelo? —Vanessa se burló, avivando el fuego con intención—. Entonces dime, ¿qué estás haciendo ahora?
—Perra.
Beatriz estaba completamente fuera de sí. Alzó la mano, lista para abofetearla, pero antes de que pudiera hacerlo, Vanessa le agarró la muñeca en el aire.
No pensaba recibir ese golpe sin motivo alguno. Ver a Beatriz retorcerse de rabia e impotencia le provocó una retorcida sensación de satisfacción en el pecho.
Pero eso no era suficiente. Ni siquiera cerca. Todo lo que ella había sufrido debía devolvérsele —diez veces, cien veces— hasta que esa mujer probara cada gota de dolor.
Mientras tanto, en ausencia de Vanessa, Luca había regi