Eduardo veía que su padre estaba furioso, pero como no decía nada concreto, estaba impaciente.
—Papá, ¿y ahora qué hacemos?
Teresa, nerviosa, no pudo evitar mirar a su esposo.
La atención de ambos lo hizo estallar.
—¿Por qué me ven así? ¿Tengo algo en la cara o qué? No se les ocurre nada, ¿es eso? En cuanto hay un problema, solo me voltean a ver. ¡No sirven para nada!
Las palabras de Mario fueron hirientes, y no dudó en incluir a su esposa en el regaño.
Pero Teresa también era de carácter fuerte.
—¿Qué te pasa? ¿Qué estás insinuando? Ni que fuera solo mi hijo o mi empresa. Hablas como si todo este problema fuera por mi culpa.
Aquello fue suficiente para que Mario también perdiera los estribos. La discusión entre ambos se desató.
Eduardo presenció la escena con una jaqueca incipiente; sentía las sienes palpitar. Vaya par de padres. Ninguno de los dos era de fiar. En un momento tan crítico, lo único que hacían era pelear sin proponer una sola solución viable.
Tenía ganas de darse un tiro