No esperaba que él se limitara a abrazarla en silencio, sin hacer nada más.
Por alguna razón, al pensar en eso, Sofía sintió decepción, como si una expectativa no cumplida le dejara un vacío.
Sacudió la cabeza, intentando deshacerse de esa extraña idea.
La siguiente vez que abrió los ojos, él seguía dormido.
Tenía los párpados cerrados y su expresión era tranquila.
La dureza que solía mostrar se había disipado, reemplazada por una ternura que rara vez dejaba ver.
Sofía no pudo resistirse y alzó la mano para delinear el contorno de su cara: sus cejas marcadas, su nariz recta y, por último, sus labios delgados y sensuales.
Cada rasgo de su cara parecía diseñado para encajar en su ideal de belleza.
Tenía que admitir que, incluso dormido, daba a relucir un magnetismo irresistible.
Sintió una pizca de envidia. ¿Qué defecto podría tener un hombre como él? ¿El destino no le había quitado nada?
Sus dedos largos se deslizaron con suavidad por la cara de Alejandro, dibujando sus facciones.
Creía