Eduardo apartó la mirada de Sofía a regañadientes y se volvió hacia Valeria para tranquilizarla.
—Claro, ve. Aquí te espero, no me voy a mover.
Valeria asintió con docilidad y se dirigió al baño con su bolso.
Al verse en el espejo, su propio reflejo la sobresaltó. La cara transformada por la furia que le devolvía la mirada la dejó sin aliento por un instante.
«¿Esa soy yo?»
«Solo quería un poco más de atención, ¿qué tiene de malo?»
Pero toda la culpa era de Sofía.
Si no fuera por ella, jamás se habría convertido en esa persona, nunca habría sentido celos tan corrosivos.
«¿Así que quieres cerrar el trato con los extranjeros?»
Una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios rojos.
«No te preocupes, hermanita. Mientras más lo necesites, con más ganas me aseguraré de que no lo consigas».
Borró la sonrisa retorcida de su cara y, con total calma, sacó un labial de marca para retocarse los labios.
Cuando salió del baño, era de nuevo la radiante y carismática Valeria de siempre.
Caminaba con seg