—Cuñada, Alex te preparó el desayuno, ¿no quieres venir a comer un poco? Ya lo probé, y te aseguro que está delicioso.
«¿Que ya lo probó?»
Entonces, ¿toda esa comida en la mesa eran las sobras de Jimena?
La mirada de Sofía recorrió la mesa de arriba abajo, deteniéndose en ella, que comía con deleite. Sintió un mareo repentino y asco.
Pero Jimena parecía no percatarse de nada, absorta en su propio y radiante buen humor.
—¡Hace tanto que no probaba la comida de Alex! Ahora que estoy de vuelta, pienso comer hasta hartarme.
—Tranquila, no hables como si pasaras hambre.
Alejandro, que salía en ese momento, escuchó el comentario y no pudo evitar responder.
Él sabía perfectamente de qué familia provenía Jimena; no eran precisamente de escasos recursos.
Pero ella era así, solo había sido malcriada por su hermano, y por eso se comportaba de manera tan caprichosa e impertinente.
De eso, Alejandro estaba muy consciente.
Sofía contempló la mesa, sintiendo el ambiente pesado. No tenía el más mínimo