Jimena desvió la mirada, fingiendo no entender lo que Sofía decía.
—¿De qué hablas? No entiendo.
Sofía despreciaba esa falsedad y, sin decir palabra, se quedó observando en silencio la actuación de aquella mujer. Su actuación era tan burda que nadie en su sano juicio se la creería.
Pero, por increíble que pareciera, alguien sí estaba cayendo.
Diana, en una defensa ciega de su amiga, se interpuso frente a ella y le dijo:
—¡Deja en paz a Jimena! Ella puede decir lo que se le antoje, ¿y a ti qué? No eres más que la sombra de Jimena.
Aquellas palabras hirieron profundamente a Sofía; apretó los puños con fuerza.
Incluso Mateo no pudo evitar dirigir su mirada hacia ella.
Con una expresión endurecida, miraba a Jimena sin decir nada.
Era evidente que aquella mujer había estado hablando de más; ahora que Alejandro no estaba, ya ni siquiera se molestaba en fingir.
«¿Esta es la mujer que era casi una hermana para Alejandro, y de la que tanto hablaba?»
Jimena jaló a su amiga del brazo y la reprend