Alejandro terminó su copa y de inmediato notó la intensidad en la mirada de Sofía.

Supo al instante qué significaba.

Él la tomó por la cintura, atrayéndola hacia sí. Sus cuerpos quedaron tan juntos que podían sentir el aliento del otro.

Lo miró; su atractivo la hizo tragar saliva. «Debe ser el alcohol», pensó, «por eso siento este deseo tan fuerte por él».

—Sofi, tú…

Antes de que él pudiera terminar, ella desvió la mirada, nerviosa.

—No es nada, solo estoy un poco tomada. Siento que todo me da vueltas.

No podía olvidar que seguían en un lugar público.

Alejandro notó su timidez. El ligero rubor en sus orejas no era solo por el alcohol.

Quizá Sofía no se había dado cuenta, pero siempre se le ponían así cuando sentía vergüenza.

Él lo había notado desde que empezaron a tratarse.

—¿Qué tal si nos vamos?

Sofía dirigió instintivamente la mirada hacia donde estaba su madre y la vio sonreír y conversar animadamente con los invitados, fingiendo cortesía. Bajó los ojos, incapaz de definir la emoc