Entretanto, Alejandro acomodó con delicadeza a Sofía en el asiento del copiloto y luego ocupó el lugar del conductor.
La observaba con una ternura que, sin embargo, apenas lograba ocultar una profunda angustia.
La cercanía entre ambos era casi nula; él, con ese magnetismo arrollador que lo caracterizaba, provocó que un rubor intenso tiñera las mejillas de Sofía.
—Mmm... dame un poco de espacio, por favor.
Pero él, haciendo caso omiso a su petición, acortó todavía más la distancia, su torso casi invadiendo el espacio de ella.
—Perdóname, Sofi. Es mi culpa que hayas tenido que pasar por esto.
Sus palabras hacían notar un profundo remordimiento.
El que ella estuviera herida era consecuencia directa de su propio descuido.
El recuerdo era vívido: el instante en que entró y la vio, rodeada por esos tipos, con un hilo de sangre manchando la comisura de sus labios... En ese momento, una furia homicida lo había poseído, el deseo irrefrenable de hacerlos pagar con sus vidas.
Por fortuna, ella ha