Se dirigió a su padre.

—No he hecho nada. Y no pienso hacer nada. Solo estoy cansado de estar de pie.

—Ah, ¿sí?

Aunque su padre hablaba con calma, su tono era tan indiferente que mantenía a cualquiera a raya.

Al final, Daniel cedió. Asintió.

—Sí, papá. No voy a ir a ningún lado. Me voy a quedar en mi cuarto, no te preocupes.

—Así me gusta. Tienes que entender que todo lo que hacemos tu madre y yo es por tu bien. Y en cuanto a las mujeres… si llegas a tener éxito, ¿crees que te van a faltar? ¿Crees que no vas a encontrar a alguien mejor que esa tal Laura? Te lo aseguro, te van a sobrar. Va a llegar un punto en que no vas a saber ni a cuál elegir.

Él no respondió. Fingió no ver la sonrisa que delataba las infidelidades de su padre.

Qué más daba. Esos eran problemas de sus padres, no suyos.

Ahora entendía por qué su madre insistía tanto en que él heredara la empresa. Seguramente ese viejo tenía un montón de mujeres por ahí. De otro modo, no le habría hablado de esa manera.

Lo que no podía