En medio de la noche, un fuerte estruendo despertó a Alejandro. Se incorporó bruscamente, con el corazón latiéndole en la garganta. Miró a su lado, allí estaba Mariela, su esposa, dormida y desnuda entre las sábanas revueltas. La observó unos segundos. A pesar de todo, seguía resultandole hermosa. Pero algo en él ya no respondía igual.
Se levantó con cuidado. Ya había amanecido y la lluvia persistía contra los ventanales. Pensó en pasar por la casa de su padre para buscar algo de ropa, dejarla en el hospital y luego ir directo al trabajo. Necesitaba distancia. Todo lo confundía, Ariadna, su padre y para completar el regreso de Mariela.
Mientras tanto, Máximo despertó, se había quedado dormido junto a Ariadna, y la imagen de ella dormida lo desarmaba. Era hermosa, sí, pero había algo más: un brillo en sus ojos, una profundidad que lo atraía como un imán. En las últimas semanas, Ariadna había dejado de ser solo un cuerpo perfecto y una cara encantadora. Era una mujer con historia, con c