Ariadna miraba por la ventanilla del avión mientras el cielo de la capital se acercaba lentamente. Había estado fuera durante un mes entero. Treinta días lejos de sus enemigos, de los recuerdos… lejos de Máximo . Aquella distancia había sido tan necesaria como insoportable. Le había dado tiempo para pensar, para fortalecerse, para planificar. Pero no había logrado alejarlo de su mente.
Máximo también había partido, volviendo a su país por unas semanas para asegurarse de que todo estuviera en orden. Sin embargo, había regresado mucho antes que ella. Durante su ausencia, algo había hecho clic en su interior. Ya no era un capricho ni un juego: la quería. La extrañó cada segundo, y no tuvo dudas de que la amaba.
Cuando el jet tocó la pista, Máximo ya la esperaba. Estaba de pie, erguido, con las manos en los bolsillos, acompañado por Mateo. Al ver la figura de Ariadna descender por la escalera del avión, una sonrisa se dibujó en su rostro.
—Bienvenida a casa —le dijo con calidez, dándole