Pesadilla

Ariadna observaba el camino a Pereyra detrás de los eucaliptos que bordeaban la ruta. Desde la ventanilla de la camioneta, observaba los campos abiertos teñidos de verde, las flores silvestres mecidas por el viento... Volvía a su infierno personal.

—Mateo, ¿puede detenerse en la iglesia, por favo?.

—Sí, señora —respondió él con respeto, girando hacia la entrada de la capilla.

La camioneta se detuvo y Ariadna bajó con paso firme, aunque el corazón le palpitaba.

Empujó la puerta de madera, que chirrió suavemente al abrirse. El padre Aurelio estaba de espaldas, conversando con un feligrés, un hombre de rostro curtido y mirada angustiada. Al verla, el hombre se quedó inmóvil por un instante, y luego asintió con la cabeza hacia el sacerdote.

El padre Aurelio se giró lentamente, y al ver a Ariadna, esbozó una sonrisa, aunque en sus ojos brillaba la preocupación, sabia porque volvía.

—Dígale a su esposa que venga mañana, todo se solucionará —le dijo con voz tranquilizadora al feligrés.

—Lo h
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