Al día siguiente, Ariadna regresó a Pereyra. Se dirigió, deseaba hablar con el padre Aurelio.
—Buenas tardes, padre Aurelio —saludó con una sonrisa amable al ingresar al pequeño jardín de la iglesia.
El sacerdote levantó la mirada con calidez al verla.
—Hija... has regresado. Qué bueno tenerte aquí. ¿Cómo estás?
—Muy bien, padre, gracias. ¿Y usted? ¿Cómo marcha todo en las obras? —preguntó con genuino interés.
—Todo marcha según lo previsto. Justamente me dirigía hacia allí para supervisar. Además, comenzamos a trabajar con los niños en la escuelita de deportes que dirige Alejandro. Sé que ustedes han tenido problemas... espero que no te moleste.
Ariadna negó suavemente con la cabeza.
—Por supuesto que no, padre. Lo único que quiero es que los niños estén bien, que el proyecto funcione y sirva a quienes más lo necesitan.
—Me alegra escuchar eso. En cuanto a Antonio Alzaga... sigue viniendo una vez por semana para controlar cómo marchan las cosas. Por ahora, todo va bien. Pero dime, ¿h