CAPÍTULO 4: ME CASÉ EN SECRETO CON MI JEFE

CAPÍTULO 4: ME CASÉ EN SECRETO CON MI JEFE

3 años antes…

—Ah… y-yo… —Mi voz tiembla, no soy capaz de negar lo evidente, lo que he sentido desde el primer día que lo vi. Sin embargo, tengo que obligarme a pensar que esto es solo producto del alcohol, él está haciendo esto porque está confundido—. Señor Kingsley, ha tomado demasiado esta vez, es mejor que se vaya a su casa y descanse.

Hago el amago de ponerme de pie, pero entonces él me toma de la muñeca y me atrae hacia su cuerpo provocando que caiga sentada sobre sus piernas. Mi corazón late a mil kilómetros por hora, un cosquilleo intenso se apodera de mi estómago, pero el shock de lo que sucede no me deja reaccionar. Esto está mal, pero no soy capaz de detenerlo.

—¿Crees que no me doy cuenta de cómo me miras? Sé que sientes algo por mí, Hannah.

—Señor Kingsley…

—Maxwell —corrige.

—Maxwell, esto… yo, lamento si hice algo incorrecto, pero…

Él niega con la cabeza y pone un dedo sobre mis labios.

—No has hecho nada incorrecto, Hannah.

En ese instante, posa sus labios sobre los míos. Ni en mis más locas fantasías creí que esto fuese a pasar en realidad. Por un momento pienso que es un sueño, pero entre más siento sus manos gruesas afianzarse a mi cintura y sus labios acompasándose a un ritmo sensual contra los míos, me doy cuenta de que no es un sueño.

Deseándolo en el fondo, cierro los ojos y me dejo llevar por el momento de locura. Tal vez esté condenando mi trabajo al final con esto, o tal vez él ni siquiera lo recuerde mañana. No lo sé, pero lo que siento mientras me besa es maravilloso y no quiero que termine.

—Hannah —susurra en mis labios—, ¿quieres casarte conmigo?

—¿Qué? —pregunto con una risa nerviosa—. Ahora sí creo que estás muy borracho Maxwell.

—Solo responde. Necesito una mujer a mi lado, mis hijos te adoran y yo… Por favor, dime —pide tomando mis mejillas entre sus manos.

¿Puede ser que esto sea un delirio? Él debe estar alucinando con su esposa fallecida.

—¿Recordarás esto mañana? —pregunto.

—Dependerá de tu respuesta —me dice con picardía.

—Está bien, acepto, me casaré contigo Maxwell.

***

La mañana siguiente se desliza como una espesa niebla que arrastra los recuerdos de la noche anterior. No solo me vi envuelta en un beso apasionado con mi jefe, sino que también sucumbí a la tentación de compartir unas copas con él.

La idea de que Maxwell Kingsley, el hombre poderoso e imponente que lidera la empresa, me propusiera matrimonio suena tan absurda que no puedo evitar soltar una carcajada al recordarlo. Camino hacia la oficina con el eco de mis risas resonando en mi mente. Lo de anoche solo puede ser una mera fantasía, así que ando por el pasillo tratando de hacerle frente a la realidad.

Lo dejé en su casa alrededor de las tres de la madrugada, llamé a un taxi con la esperanza de mantener a salvo su dignidad. No quería que nadie en la empresa lo viera en ese estado, ni siquiera el chofer asignado. Al menos eso fue lo que pensé en el momento, pero ahora, con la luz del día, la incertidumbre y la ansiedad se apoderan de mí. ¿Recordará Maxwell lo que sucedió anoche, o quedará sepultado en las nebulosas de su borrachera?

El ascensor se desliza con suavidad hacia mi destino, y siento que mi corazón late con fuerza ante la perspectiva de enfrentarme a él en la oficina. Al cruzar la puerta, mi mirada se encuentra con la suya en el instante en que levanta la vista de su escritorio.

—Buenos días, Hannah —saluda, y su voz resuena en el espacio entre nosotros.

—Buenos días, señor Kingsley —respondo con una sonrisa nerviosa, esperando que su memoria haya sido afectada por la intensidad de la noche.

Maxwell se levanta de su silla y se acerca a mí, deteniéndose a una distancia que aumenta la tensión en el aire. Sus ojos, sin embargo, parecen más lúcidos de lo que me gustaría.

—Anoche fue... interesante —comenta con una sonrisa enigmática.

Trago saliva, preguntándome si realmente recuerda cada detalle de nuestras confesiones y el audaz gesto de proponerme matrimonio.

—Lo siento si las cosas se salieron de control —me disculpo, sintiendo el calor subir a mis mejillas.

—No te preocupes, Hannah. De hecho, recuerdo cada momento. Y quiero que sepas que mi propuesta sigue en pie. —sus palabras caen como una bomba, dejándome atónita mientras el tiempo parece detenerse a nuestro alrededor.

—¿Qué? —mi voz apenas sale en un susurro, incrédula ante la declaración de Maxwell.

Él me sonríe, una sonrisa sincera y cálida. No parece estar jugándome una broma.

—Tú aceptaste, espero que no haya sido por mera presión. —Sus palabras resuenan en el aire, y su mirada fija en mí parece determinar que no hay vuelta atrás.

—Señor Kingsley… ¿de qué está hablando? —Mi mente da vueltas tratando de comprender la magnitud de lo que acaba de suceder.

—Serás mi esposa. Soy un hombre de palabra. —Su tono es firme, pero a la vez revela una suave ternura.

No puedo evitar mirar a mi alrededor, como si las paredes de la oficina pudieran darme una salida a esta situación surrealista. El hecho de que Maxwell Kingsley, mi jefe, me haya propuesto matrimonio en medio de la oficina y que ahora estemos hablando de ello como algo que va a suceder, parece sacado de una novela de ficción.

Antes de que pueda articular una respuesta, Maxwell se inclina y me roba un beso suave, pero apasionado. Mis pensamientos se desordenan mientras intento procesar la realidad de lo que está ocurriendo. Una parte de mí se siente atraída por la emoción y la conexión inesperada entre nosotros, pero otra parte se preocupa por las complicaciones que esto puede traer.

—Vamos, Hannah. Haremos esto oficial. —Maxwell toma mi mano y me lleva hacia la puerta, dejándome poco margen para protestar.

Caminamos por pasillos y escaleras, llegando finalmente a un pequeño rincón en la ciudad. No puedo dejar de sentir que este es un sueño del que pronto despertaré. La única testigo de nuestra ceremonia de bodas improvisada es Francis, la niñera de los gemelos, quien nos observa con sorpresa y complicidad.

El "sí, acepto" sale de mis labios de manera automática, y en un parpadeo, Maxwell Kingsley y yo somos marido y mujer. Una mezcla de emociones y adrenalina recorre mi cuerpo mientras siento el peso simbólico del anillo en mi dedo.

Una vez que la ceremonia concluye, Maxwell me toma del brazo y me mira con seriedad.

—Hannah, hay algo que debes entender. Esta unión debe mantenerse en secreto. —sus palabras son medidas, y su mirada revela un matiz de seriedad que no había visto antes.

—¿Secreto? ¿Por qué? —pregunto, sintiendo que la realidad de la situación se complica aún más.

—Hay circunstancias en mi vida que no deseo que se vean afectadas por este matrimonio. Mis hijos todavía están pequeños y tengo miedo de que no acepten una masdrastra. Seremos esposos, pero solo unos pocos deben conocer este hecho. —explica, su voz es baja y segura.

La seriedad en sus ojos choca con la felicidad efímera que acabamos de compartir. Una comprensión tácita se establece entre nosotros, sellando nuestro pacto de mantener este matrimonio en las sombras.

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