CAPÍTULO 3: ME CONVERTÍ EN SU CONFIDENTE

CAPÍTULO 3: ME CONVERTÍ EN SU CONFIDENTE

3 años antes…

Desde aquel primer día en que lo encontré borracho en su oficina, Maxwell y yo hemos tenido una especie de pacto no hablado. Durante el día él es un hombre completamente diferente a lo que muestra en las noches.

Me enteré de que había perdido a su esposa hacía un mes en un trágico accidente, y aunque en apariencias el intentaba estar bien para sus hijos y para la empresa, la realidad era que estaba siendo consumido por el dolor y la culpa.

¿Es impensable que tenga compasión por él? Por supuesto que no. Verlo así me rompe el corazón. He de admitir que ver su lado más vulnerable hace que mi corazón palpite acelerado por él. Y es que de algún modo siento que hay una conexión especial entre los dos. Yo soy la única que sabe la verdad que habita en su mente, soy la única que se queda todas las noches y lo ayuda y lo consuela mientras él se sumerge en el alcohol.

No sé si lo que estoy haciendo es lo correcto, pero no puedo dejarlo solo, en especial cuando hay dos pequeños gemelos que dependen de él.

Francis, la nana de los bebés, los suele traer durante el día, pero hay veces en que se quedan hasta la tarde y es en ese momento donde me doy cuenta de que Maxwell necesita que alguien se haga cargo.

Los gemelos, Isaac y Lucas, son tan encantadores que ya me ven como parte de la familia. No sé cuál es el camino correcto, pero estoy decidida a ofrecer mi apoyo incondicional a Maxwell y a esos pequeños corazones que dependen de él.

Sé que tal vez soy una tonta por enamorarme de un hombre como él. Es el cliché más grande del mundo. Tener un crush con tu jefe, pero ¿cómo no hacerlo? Yo sé bien que detrás de esa fachada fría que intenta mostrarle al mundo, es realmente cálido y dulce, en especial cuando está con sus pequeños hijos. Aun así, tengo muy claro que nunca ocurrirá nada entre los dos, porque él solo me ve como su asistente, y es obvio que todavía es muy pronto para superar la muerte de su esposa.

Dos largos meses transcurrieron de esa manera. Durante el día él es el CEO calculador y serio que se encarga de sus negocios, pero en la noche cierra las puertas de su oficina y bebé hasta morir.

Veo con nerviosismo cómo se acerca la hora de la salida. Hoy por alguna razón está más inquieto que otros días.

—Señor Kingsley, los gemelos lo están esperando abajo en el área de juegos —le informo—. La señorita Francis me dijo que hoy no podrá llevarlos porque su madre se ha puesto mal.

Él levanta su mirada hacia mí, y casi sé lo que significa.

—Ellos no pueden quedarse aquí, dile a Francis que no puedo prescindir de ella.

—Es que… en realidad ya se fue.

—¡¿Cómo que se fue?! —pregunta con tono alterado— ¿Con quién ha dejado a mis hijos?

—Conmigo, les aseguro que están bien en la sala de juegos, los estoy viendo por el monitor. —Trato de tranquilizarlo enseñándole la pantalla de la cámara de vigilancia.

Sin embargo, eso no parece tranquilizarlo en lo absoluto.

—¡No puede ser que esa mujer sea tan irresponsable! La voy a despedir —brama con furia.

—No se fue por gusto, su madre está mal —refuto. Es la primera vez que me atrevo a contradecirlo. Maxwell no lo pasa por alto, porque su expresión al verme es todo un poema.

—Sigue teniendo una responsabilidad. Pero si ya se fue, no puedo hacer nada. Necesito que alguien de confianza lleve a los gemelos a la casa.

Mientras dice eso y sus ojos están fijos en mí, sé que me lo pedirá.

—Yo puedo hacerlo.

—¿De verdad? Mandarte a mi mansión es… demasiado.

—No, está bien por mí, no se preocupe señor Kingsley, yo llevaré a los niños a dormir.

Él asiente, y llama al chofer particular de la empresa para que me lleve hasta su casa. Cuando el auto se detiene frente a la enorme estructura me doy cuenta de que no exagera al decirle mansión. Jamás había visto una casa tan grande, y realmente me pregunto para qué necesita tanto espacio.

Los pequeños gemelos se bajan conmigo y corretean por toda la sala mientras me presentan a la servidumbre.

Después de explicar quién soy y lo que hago allí, me dejan hacerme cargo de los niños sin problemas. La cocinera les prepara una rica cena saludable y después ambos se dan una ducha rápida para acostarse a dormir.

—Hannah, ¿puedes contarnos un cuento? —me pregunta Isaac con su dulce voz. A penas y puede pronunciar bien esas palabras.

—Claro que sí —les digo con una sonrisa.

Me siento a su lado en la cama y mientras veo cómo cae la noche a través de la ventana, ambos escuchan atentos la historia que les relato. Casi antes de acabar, Lucas bosteza y me pregunta algo que me deja sin respuesta.

—Hannah, ¿por qué papi no viene a leernos?

—Ah… lo que pasa es que… papi está trabajando.

—¿Tú vas a ser nuestra mamá?

Ambos cierran los ojos después de soltarme esa pregunta y se quedan dormidos. Sin quererlo, mi corazón se acelera tan solo de imaginar esa idea. ¿Yo, su madre? Para eso tendría que estar con su padre, y eso es imposible.

Salgo de la mansión después de asegurarme de que estén dormidos y regreso a la oficina, donde ya sé que él está bebiendo. Sin embargo, esta noche hay algo distinto en él. Se ve mucho peor de lo usual.

Cuando llego ya se ha tomado al menos tres botellas de ron.

—Señor Kingsley, ya dejé a sus hijos durmiendo en su casa, ¿no cree que ya ha bebido suficiente? —me atrevo a preguntar.

—Ven Hannah, siéntate aquí —me pide, ignorando mi pregunta.

Hago lo que me pide con la idea en mente de quitarle la bebida.

—Señor Kingsley…

—Dime Maxwell, creo que ya nos tenemos la suficiente confianza, ¿no lo crees así?

Seguramente debido al alcohol, parece mucho más desinhibido. Se atreve a acercarse más a mí, creando una atmosfera íntima entre los dos que me pone muy ansiosa.

—Ah… sí, supongo —digo con una risa que evidencia lo mucho que él me pone nerviosa.

—¿Puedo preguntarte algo? No eres del todo de aquí, ¿cierto?

—No, mi madre es Mexicana, pero mi padre es de aquí, por eso mi apellido es Carpenter.

No suelo andarlo diciendo por allí, pero mis raíces latinas son bastante evidentes. Esta es la primera vez que él se fija en eso, o al menos la primera en la que se atreve a saciar su curiosidad.

—¿Por qué estás aquí, Hannah?

—¿Qué quiere decir? Yo soy tan estadounidense como cualquier otro… —Maxwell pone un dedo en mis labios para interrumpirme. En ese momento siento mis mejillas tan enrojecidas que arde.

—No me refiero a eso, eso no me importa. Hablo de, ¿por qué estás aquí, en esta oficina, conmigo?

Puedo oler su intenso aliento a alcohol, es evidente que se ha excedido, incluso para lo que es habitual en él.

—Porque soy su asistente, tengo que cumplir con mi trabajo —susurro. Trato de regular mi respiración, pero me está costando mucho.

—Sabes perfectamente que esto no forma parte de tus responsabilidades, no hay razón para que te quedes aquí todas las noches cuidándome como si fuera un niño. Te causo lástima, ¿verdad? —dice, con un tono de voz cargado de desafío.

—Por supuesto que no, eso no es lo que siento por usted —respondo con fervor, no obstante, pronto me doy cuenta de que he escogido mal mis palabras.

—¿Y qué es lo que sientes por mí, Hannah? —pregunta, su mirada penetrante se cruza con la mía, creando una tensión palpable en el aire que nos rodea.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo