SARA BLACKSTONE

La mañana olía a hogar.

Pan recién hecho, flores frescas y el eco de risas que venían desde la cocina.

Era extraño volver a estar en la mansión después de tantos días.

Desde el ataque, había pasado casi todo mi tiempo con Valerio, ayudándolo en su recuperación… o más bien dejándome cuidar por él. Y desde ese almuerzo ya había pasado una semana, y hoy era el día que Valerio se mudaba conmigo.

Susan fue la primera en verme entrar con Dalia.

Dejó el paño de cocina sobre la mesa y vino hacia mí con los brazos abiertos.

—¡Mi niña! —dijo con una sonrisa que me derritió—. ¡Por fin regresaste!

Me abrazó fuerte, de esos abrazos que sanan el alma, y luego me sostuvo por los hombros para mirarme de pies a cabeza.

—Estás distinta… te ves feliz. —Me guiñó un ojo—. ¿Será que tiene que ver con cierto caballero italiano que te tiene brillando como una luna llena?

Dalia, que estaba detrás de mí, soltó una carcajada.

—No la presione, Susan. Mire cómo se sonroja.

—¡Ay, Dalia! —dije riend