Círculo Cerrado.
Cerrar la puerta de casa dejó de ser un gesto automático. Antes era un sonido cotidiano: metal contra marco, un clic breve, definitivo. Ahora era un acto consciente.
Una decisión. Un límite que necesitaba comprobarse dos veces, como si la seguridad dependiera no del cerrojo, sino de mi atención.
Nora fue la primera en notarlo.
—¿Quieres que revise las ventanas? —preguntó, sin dramatismo, como si lo hiciera todos los días.
Asentí.
Noah estaba en el sofá, con las piernas recogidas contra el pecho, mirando una caricatura sin verla realmente.
Sus ojos seguían la pantalla, pero su cuerpo estaba tenso, preparado para algo que no sabía nombrar. Me dolió reconocer esa postura. Era la misma que yo adoptaba cuando fingía calma.
La casa estaba en silencio. No un silencio tranquilo, sino uno contenido. Como si los sonidos se hubieran escondido detrás de las paredes, esperando el momento exacto para salir.
Nora recorrió cada habitación con pasos suaves. No encendió luces innecesarias. No hizo ruid