Arquitectura del Derrumbe.
El aire en Quinn Design se sentía distinto aquel día, como si los muros, de mármol y cristal, contuvieran un secreto que yo podía percibir pero no tocar.
Caminaba por los pasillos con una mezcla de irritación y fascinación: todo funcionaba demasiado bien, cada engranaje parecía girar con precisión milimétrica, pero la perfección tenía un peso que oprimía el pecho.
Los ejecutivos pasaban a mi lado con sonrisas medidamente neutrales, cada movimiento calculado, cada saludo cuidadosamente medido, y yo sabía que algo se estaba moviendo fuera de mi vista, algo que no podía detener.
Dorian estaba en la sala ejecutiva, solo, con el ceño fruncido y las manos sobre el teclado. No estaba allí para protegerme ni para aconsejarme; estaba construyendo algo.
Lo miré desde la entrada y por un instante sentí miedo: no sabía si lo que estaba haciendo me beneficiaría o si me hundiría aún más.
Había algo en la manera en que sus dedos se movían con rapidez, casi como un bailarín sobre las teclas, que suge