02

Los días se arrastraban, cada uno más pesado que el anterior. Bianca vivía a diario bajo el gélido manto de la ignorancia de su madre, Vivian, quien rara vez le dirigía la palabra, salvo para un reproche velado. Su padre, Bruno, aunque menos brusco, mantenía una distancia abismal, una frialdad que dolía más que cualquier grito.

Por eso, cuando un día lo vio frente a ella, mirándola a los ojos y dirigiéndole un saludo, Bianca se aturdió por un segundo. La voz de su padre era grave, inusual.

—Bianca —emitió Bruno, su tono neutro pero firme—. Necesito hablar contigo. Te espero en la sala. —Sin esperar respuesta, se dio la vuelta y desapareció.

Llena de una creciente desconfianza, Bianca se dirigió lentamente a la sala, cada paso una carga pesada. Al entrar, notó que su padre tenía compañía. Allí estaba Vivian, sentada en el sofá, su postura rígida y su rostro contraído, irradiando un palpable enojo. Bianca se sentó también, sus movimientos lentos y precavidos, como si cada articulación le doliera.

—¿Por qué querían verme? —quiso saber, su voz apenas un susurro.

Bruno tomó aire, el peso del momento visible en sus hombros.

—Debido a la muerte repentina de Aitana, todo cambió. Pero hay algo que no cambia, Bianca: la deuda que tenemos con esa familia. Hemos hablado con los padres de Eric, y George, al igual que su esposa Jackeline, han dado su aprobación para que se lleve a cabo tu matrimonio con Eric.

El mundo de Bianca se detuvo. Un desenlace así era inimaginable, absurdo. No había pasado ni un mes desde la muerte de Aitana, y ya la estaban colocando como un simple reemplazo, una sustituta para llenar un vacío, para saldar una cuenta. El pánico la invadió. Su cuerpo tembló incontrolablemente, y sus nervios se dispararon. Negó con la cabeza, una y otra vez.

—No puedo casarme con Eric —las palabras salieron a duras penas—. ¿Por qué me casaría con el prometido de Aitana? ¡No haré eso!

Vivian la miró de forma amenazante, sus ojos inyectados de rabia.

—¿Ahora te preocupa que haya sido el prometido de tu hermana? —espetó Vivian, su voz un látigo—. ¿Crees que no sé que siempre te ha gustado Eric? Siempre lo has mirado con esos ojitos de borrego, ¿verdad?

Un silencio tenso llenó la sala. Bruno se aclaró la garganta, incómodo, intentando retomar el control de la conversación.

—Hija, esto es por el bien de todos. El negocio familiar ya no puede salvarse con nuestras propias fuerzas. Pero al menos, podré recuperar algo de lo que hemos perdido si te casas con Eric. Hazlo, por favor. Es nuestra última esperanza.

Vivian resopló, impaciente, despectiva.

—Deja de pedírselo con amabilidad, Bruno. Después de todo, es lo mínimo que puede hacer para reparar el daño que nos ha hecho —acusó, su mirada clavándose en la temblorosa y nerviosa Bianca—. Y deja de hacerte la tonta. Deberías estar contenta de conseguir lo que siempre has querido. ¿O me vas a negar que el apellido Harrington no era tu ambición secreta?

Tal vez su madre, siempre tan observadora a pesar de su frialdad, siempre tan perceptiva a las verdaderas intenciones, se había dado cuenta de los sentimientos ocultos de su hija por el prometido de Aitana. Una verdad que Bianca había guardado celosamente en lo más profundo de su corazón.

Bianca apretó los puños con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en sus palmas. La idea de casarse con Eric, era insoportable. No importaba que su propia hermana le hubiera admitido en vida que no sentía nada por ese hombre, que el compromiso con Eric no era más que un arreglo de negocios, un amor que ella no podía corresponder. De todos modos, Bianca se sentía terriblemente mal de tener que ocupar su lugar, de convertirse en la sombra de Aitana.

—No seré la esposa de ese hombre —soltó, intentando sonar firme, aunque su voz apenas era un hilo.

Lo que no se esperó fue la bofetada. El sonido resonó en la sala. El giro brusco de su rostro no dolió tanto como la mirada de su madre, cargada de de enojo, decepción y un desprecio absoluto.

—Cásate si no quieres vernos mendigando —siseó Vivian, su voz baja pero letal—. Si no quieres verte tú misma convertida en nadie, una paria.

Acorralada, abrumada por la culpa que sentía y el dolor que la consumía, Bianca se vio forzada a pronunciar un "sí". Un "sí" que no era de aceptación, sino de resignación. Un "sí" que la condenaba a su propio infierno personal: a la sombra de su hermana y bajo el nombre de Eric Harrington, el hombre que la odiaba.

***

Cuando George Harrington, se sentó frente a su hijo Eric en el imponente estudio de su mansión, hubo tensión.

Jackeline, observaba en silencio, su semblante grave. La propuesta de desposar a Bianca Bellerose, apenas unas semanas después de la muerte de Aitana, encendió la furia de Eric.

—¿Están locos? —rugió Eric, golpeando la mesa de caoba. Sus ojos azules, habitualmente fríos, ardían con una mezcla de dolor y absoluta incredulidad—. ¿Casarme con Bianca? ¡La culpable de la muerte de Aitana! ¡Jamás!

George lo dejó despotricar, su expresión pétrea. Cuando el eco de la voz de Eric se disipó, el patriarca habló, su voz grave y resonante, cada palabra cargada de un peso inquebrantable.

—Si no te casas con Bianca, Eric, la reputación de la familia Harrington quedará manchada de forma irreparable. El compromiso con Aitana no era solo un acuerdo de negocios; era una alianza pública, anunciada en todos los círculos sociales y financieros, un paso que aseguraba nuestra posición como la familia más influyente. La gente esperaba esa unión. La interrupción de este matrimonio, tan abruptamente después de la tragedia, levantaría sospechas y alimentaría rumores. Dirían que los Harrington somos inestables, que no cumplimos nuestros compromisos.

—Padre, no voy a casarme con ella.

—Eric, esa joven no es culpable de la muerte de Aitana, ha sido un accidente. Deja de negarte y acepta el matrimonio.

—Hazlo hijo —insistió su madre.

George se inclinó ligeramente, su mirada penetrante.

—La gente especulará sobre lo ocurrido con Aitana, y el buen nombre de nuestra familia se verá arrastrado por el fango. No podemos permitir que nuestra honorabilidad, construida por generaciones, se ponga en duda por un mero sentimentalismo, Eric. Este matrimonio es una cuestión de honor y de imagen. Demostrará al mundo que, a pesar de la tragedia, los Harrington somos inquebrantables, que honramos nuestros pactos y que mantenemos la estabilidad. Es la única forma de silenciar a los chismosos y proteger nuestro legado.

Eric escuchó cada una, el peso del linaje y la reputación aplastándolo. La furia aún burbujeaba en su interior, pero bajo el gélido control que su apellido le había inculcado, la ira se transformó en una resignación amarga.

Con la mandíbula tensa y los puños apretados bajo la mesa, Eric asintió lentamente.

—De acuerdo —murmuró, su voz apenas un ronco susurro. No era una aceptación de Bianca, sino una claudicación ante el deber.

George y Jackeline se relajaron visiblemente, una tensión milenaria abandonando sus hombros. La decisión estaba tomada. El destino de Bianca Bellerose y el futuro de los Harrington estaban sellados.

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