Era temprano, todos tomaban la nueva ronda de café que repartían las empleadas del servicio, una nueva ronda de gente comenzaba a llegar la casa para dar sus condolencias por el fallecimiento de la señora Gil.
Las caras largas de todos en la casa, sus ojos apagados y ojeras, era la muestra del cansancio, el llanto y el dolor que pasaban desde el día anterior, pero en medio de todo eso, Ania y el resto de los empleados, hacían todo lo que podían por darle una despedida digna a su estimada jefa y amiga.
— Señora Victoria… — Una vez más, se acercó Ezequiel. — Antes que nada, no quiero que tome lo que le voy a decir a mal, pero… Nosotros, estábamos pensando… — Ezequiel señaló a las empleadas que seguían atendiendo a los visitantes. — En que si usted y el pequeño Elián, necesitan un lugar en donde vivir, queríamos pedirle que cuenten con nosotros…
— No entiendo a qué te refieres, Ezequiel… — Replicó Ania con el entrecejo arrugado.
— Bueno, tenemos entendido que ustedes no tienen a nadi