NO LO SOPORTO

Madison

Alec Fairchild es la persona más insoportable que he conocido jamás. Realmente estaba dispuesta a irme cuando me echó, pero mi sentido del deber no me dejó largarme así sin más. No pude. Sabía que él podía correr un gran riesgo solo, y no me equivoqué, pues cuando volví, lo escuché gritar y caerse.

Lo que pasó después todavía me ha dejado pensando. No paré de meter la pata una y otra vez. ¡Por Dios! ¡Lo comparé con un becerro! ¿En qué estaba pensando?

De cualquier forma, parece que algo de lo que le dije lo hizo retractarse de sus palabras, porque me dijo que no sería necesario que me fuese. Conseguí el trabajo, pero ¿a qué costo? Estoy segura de que el señor Fairchild no me dejará las cosas nada fáciles.

Por fortuna no estuve demasiado tiempo a solas con él. Su esposa volvió bastante pronto porque temía que yo no pudiese controlar a su marido, y el enfermero de la noche, que luego supe que se llama Patrick, me reemplazó enseguida.

Ahora estoy llegando al pequeño apartamento que renté en la zona más económica que pude encontrar en Austin. Me siento agotada, y eso que ni siquiera puedo contarlo como el verdadero primer día.

Me arrojo al colchón, que rechina debido a lo desgastado del metal que lo sostiene. El departamento a penas y tiene unos cuantos metros cuadrados, suficiente para tener un lugar donde dormir, una pequeña cocina y el baño, todo junto en una sola sección.

Me hubiera gustado traer a mi pequeño hijo a Austin conmigo, pero la precariedad de la situación me lo impide, es imposible que podamos vivir cómodos en este lugar. Tuve que rentar algo modesto para poder costear los gastos hasta que reciba mi primer sueldo.

En eso, mi celular suena y doy un sobresalto. Es mi padre intentando hacer una videollamada.

—Hola papá —digo con una sonrisa—, estás tapando la cámara con tu dedo, papá. —Me echo a reír. Él no es nada bueno con la tecnología.

—Hija, ¿cómo estás? ¿Lo conseguiste esta vez? —pregunta moviendo el celular a todos lados hasta que por fin destapa la cámara.

—Sí padre, lo logré, ya tengo el trabajo.

—¡Qué bien! ¿Escuchaste eso, Caleb? Tu mamá lo consiguió.

Mi padre voltea el celular hacia mi niño, que empieza a gritar y saltar de felicidad. Sopla uno de esos silbatos de fiesta y arroja serpentinas y brillantina al aire al clamor de un ¡yey!

Su felicidad me hace sentir bien, me hace sentir que debo soportar todo lo que venga, si es por él. Mi pequeño ángel.

—¿Ya lo tenían preparado?

—Teníamos las dos opciones, hay un pastel de “lo lograrás la próxima vez”.

—Lo que daría por comerlo.

—No te preocupes, igual lo comeremos, no podemos dejar que se desperdicie —asegura entrecerrando sus ojos al echarse a reír.

Mi padre es un hombre muy agradable, cualquiera que lo viera se enternecería por su dulce mirada, escondida detrás de unas grandes cejas canosas. Siempre lleva su sombrero amarillo paja para ocultar su media calvicie. De niña siempre decía que todo ese pelo se había ido a su gran bigote.

—Disfrútenlo por mí. Pronto las cosas mejorarán. Esta gente que me contrató paga muy bien. Veinte mil dólares al mes no está nada mal.

—¡¿Veinte mil?! ¡Wow! ¿Quién es al que tienes que cuidar? —exclama mi padre con sorpresa.

—Es un magnate creo, se llama Alec Fairchild.

—¿El de industrias Fairchild? Madison, ese hombre es dueño de casi medio Texas, estoy seguro de que incluso una de sus compañías es de alimentos, nosotros le vendemos a ese hombre.

—¿Qué? No puede ser.

—Madison, tienes que tener extremo cuidado con él, si te ganas su favor, tal vez pueda ayudarnos.

Volteo la mirada cuando dice eso. No creo que me gane su favor después de haberlo insultado y compararlo con un becerro.

—Bueno, igual no será necesario eso, padre, con lo que ganaré al mes tendremos suficiente para pagar las deudas y volver a sembrar.

—Nunca menosprecies una oportunidad como la que se te ha presentado, Mady, hazme caso.

Cuelgo la llamada con mi padre poco después de eso. La verdad, no sé si aguantaré un día, mucho menos un mes. La foto de mi hijo sale en el protector de pantalla del celular y vuelvo a suspirar.

—Lo hago por ti, Caleb.

Si me hubiesen dicho lo igual que sería mi hijo a su padre, no lo hubiese creído en aquel momento. Parece su fotocopia, pero en miniatura.

Pensar en él siempre me trae nostalgia. Hace cuatro años que murió y me dejó sola con un bebé, pero creo que he logrado salir adelante a pesar de las circunstancias.

Me acomodo para dormir, me hubiese gustado hablar con mi prometido, pero son escasos los días en los que podemos comunicarnos, y solo a ciertas horas. No podré verlo hasta dentro de tres días más al menos, y será en plena madrugada.

Me echo a dormir y caigo rendida en pocos minutos. Mis ensoñaciones me llevan a recrear los momentos tormentosos que pasé con Alec ese día, y no me dejan descansar.

A la mañana siguiente me despierto con el sonido de la alarma.

—¡Llegaré tarde! —exclamo dando un salto.

Me apresuro a cambiarme, iré con mi uniforme de enfermera para ser lo más profesional posible. No le daré motivos a ese hombre para hacerme la vida imposible. Corro al lavabo para mojar mi rostro y cuando lo abro, la llave se revienta de la nada salpicándome toda la ropa. Afortunadamente todavía no me he puesto el uniforme.

—¡No! ¡No! —grito intentando cerrarla, pero el agua no para de salir como un río. La cuenta me saldrá carísima este mes.

Abro la parte de abajo del lavaplatos y consigo cerrar la llave auxiliar, pero mi departamento ha quedado anegado por completo, además, la gotera solo se podrá controlar por poco tiempo, si la abro, volverá a inundar todo.

Pego mi frente al borde del lavabo con frustración. No tengo tiempo para arreglar esto; y podría empeorarlo todavía más.

—Tendré que informar al dueño del edificio antes de salir —digo en voz alta.

Me apresuro a cambiarme montada sobre el colchón para evitar mojar mi ropa, no comprendo cómo en un segundo pudo anegarse todo el piso. Salgo corriendo escaleras abajo y cuento con la suerte de encontrarme con el dueño.

—Buenos días señorita —me saluda.

—Ah, hola —le digo con timidez. Presiento que me matará por haber hecho ese desastre—. Ah… pasó algo en el departamento.

—¿Qué pasó? —pregunta con el ceño fruncido.

—Ah, bueno, como que se rompió un poco la llave del lavabo y ahora todo está inundado.

—¿Cómo? —pregunta abriendo los ojos.

—Lo siento, no sé cómo pasó, yo…

—Está bien, mandaré a alguien a arreglarlo lo más pronto posible.

—Muchas gracias, le dejaré las llaves entonces.

No tengo nada de valor de todos modos.

El señor asiente, pero ya no me mira con la misma cara sonriente. Creo que me echará cuando menos lo piense. Tomo el taxi y para cuando llego a la mansión de los Fairchild, ya tengo veinte minutos tarde.

Entro corriendo y me topo con Patrick justo en el pasillo.

—¡Al fin llegas! Estaba a punto de irme sin esperarte.

—Lo siento, tuve un problema en casa.

—Eso no importa aquí, el señor no está muy feliz ahora mismo.

Suspiro con pesadez, este no es un buen comienzo para mí.

—¿Algo importante?

—No durmió muy bien anoche. Estuvo con dolor por la caída. Le di unas pastillas, pero creo que no le han hecho mucho efecto. Debes hacerle los masajes de terapia para aliviar sus dolencias y para evitar la atrofia en sus músculos.

—Está bien.

—Anoche le cambié la sonda, no te preocupes por eso.

Patrick sale corriendo, seguramente va tarde a algún otro lado. Tomo aire y respiro profundo antes de entrar a ese cuarto. Ya puedo imaginar la cara de Alec Fairchild, esperando como un león para atacarme a la primera oportunidad.

Toco la puerta, pero no me espero a que me diga nada y paso enseguida. Él está acostado en la cama con semblante serio, mira su celular de manera despreocupada.

—Buenos días señor Fairchild.

—Querrás decir buenas tardes —contesta cortante.

—¿Ah?

—¿Has visto la hora? Si vas a empezar así, creo que mejor voy a ir despidiéndote de una vez.

«Respira, piensa en cosas bonitas, piensa en Caleb. Esto lo haces por él».

—Lo siento señor Fairchild, no se volverá a repetir —respondo sin darle explicaciones. No quiero apelar a la lástima con él, luego en ese momento recuerdo las palabras de mi padre: “si te ganas su favor, tal vez podría ayudarnos”.

Sacudo la cabeza desechando ese pensamiento, no pretendo rogarle limosnas a nadie, mucho menos a este hombre. Me ganaré el dinero como se debe: trabajando.

—Solo tienes dos oportunidades más. Arruínalo solo un poco más y dame el gusto de echarte.

—Si quería echarme porque… —murmuro entre dientes, pero me quedo callada. No quiero provocarlo para que me dé otro strike.

Él vuelve a lo suyo sin prestarme atención, parece que no ha escuchado lo que dije; y yo intento comenzar con mi trabajo. Se supone que Patrick ya lo dejó listo, pero siempre debo revisar que todo esté en orden con su sonda. Me asomo por un lado de la cama y todo parece en orden.

—Debo comenzar con sus ejercicios de la mañana. —Eso según lo que decía en las carpetas.

—No quiero salir hoy, ni moverme de aquí. Le recuerdo que, por su culpa, me caí.

«¿Cómo que por mi culpa?, usted fue el terco que quiso servirse el sándwich solo».

—Con mayor razón debe hacer los ejercicios para ayudarlo con el dolor. Señor Fairchild, ¿ha intentado la terapia de estimulación de la médula espinal?

Él levanta una ceja y despega su vista del celular por un momento. Suspira y deja el aparato a un lado para mirarme fijamente.

—Mire, señorita Jones, limítese a cumplir solo con lo que tiene que hacer, y no sugiera ideas que no le conciernen. No crea que es la primera a la que se le ha ocurrido algo así.

Es que este hombre está determinado a ser un hijo de… Yo solo quiero ayudarlo, pero es obvio que él no se dejará. Total, qué me importa lo que le pase.

—Está bien —contesto a secas.

Intento desarroparlo, pero él me sujeta la mano con fuerza y lo impide. Su mirada determinada me hace retroceder. Esos ojos verdes tan profundos que tiene no destilan más que auto desprecio y soberbia. Alec es muy atractivo, pero todo eso se pierde bajo esa capa de odioso que tiene todo el tiempo.

—Déjalo así —dice con frialdad.

—Pero tengo que…

—Déjalo así —repite.

Suelto la sábana conteniéndome todo lo posible para no insultarlo y largarme en este preciso instante. Creí que podría hacerlo, de verdad pensé que podría cuidarlo, pero no creo tolerar a este hombre ni un minuto más.

—Ya vengo.

Salgo de la habitación sin esperar a que él acepte o no, no me importa en realidad. Cierro la puerta y me apoyo contra la pared. Un par de lágrimas quieren escapar de mis ojos, siento que no puedo respirar, la incomodidad que me abruma es demasiado.

Mi celular timbra y vuelvo a asustarme como esta mañana. Intento apagarlo o ponerlo en silencio, pero no lo consigo, así que contesto sin darle más vueltas.

—¿Aló?

—Señorita Jones, soy el dueño del edificio.

—Ah sí, ¿ya arregló el problema?

—No, el plomero terminó de inundar el departamento, espero que no tuviese nada importante ahí.

Llevo una mano a mi cabeza, esto no puede ser. ¿Cuánta mala suerte voy a tener?

—¿Y eso qué significa?

—Que no podrá volver por un par de días al menos. ¿Tiene otro lugar donde quedarse?

—Ah… no se preocupe, ya veré cómo resuelvo.

«¡No puede ser! ¿Y ahora qué se supone que voy a hacer?».

Limpio mis lágrimas y decido volver a entrar. Me parece raro que su esposa no se encuentre por aquí, imagino que ha salido.

Cuando entro, él tiene otra cara, y se ha quitado la sábana.

—Ya estoy listo para salir —anuncia como si nada.

Los cambios de actitud de este hombre van a volverme loca.

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