Capítulo 86
A la mañana siguiente, cuando Augusto despertó, la cama a su lado ya estaba vacía. Extendió el brazo, palpando la sábana aún tibia, y sonrió al imaginar que ella había salido en silencio para no despertarlo.
Se sentó en la cama, bostezó, y miró por la ventana: el sol ya iluminaba el campo con una delicadeza que solo ese lugar parecía tener.
Se levantó, se puso una camisa ligera y fue a la cocina. La mermelada de guayaba sobre la mesa lo hizo sonreír de nuevo, ella debía haberla dejado allí a propósito, como una despedida sutil y dulce.
Preparó un café con calma, pensando en ella. Al sentarse a la mesa, soltó un largo suspiro y murmuró:
— ¿Qué voy a hacer todo el día sin mi pequeño tesoro?
Se levantó, caminó por la casa unos minutos, luego salió al patio, las manos en los bolsillos y la mirada perdida entre los árboles frutales. Un silencio bueno, pero solitario, lo envolvía. Se acercó al árbol de caqui, cogió uno y le dio un mordisco.
— Quizás prepare algo para cuando ella