Mundo ficciónIniciar sesiónCapítulo 4
Después de que Rafael se retiró, Patricia se sentó en el sillón junto a la cama, con el libro entre las manos. Con una sonrisa suave, miró al paciente dormido. —El libro está casi por la mitad. ¿Seguimos? —preguntó en voz baja, como si él pudiera oírla. Abrió por la página donde se había quedado y comenzó a leer. La historia se estaba volviendo intensa y, sin darse cuenta, las lágrimas empezaron a deslizarse por su rostro. La pareja del relato se había separado por un gran malentendido, y el dolor de la narración la tocó profundamente. Patricia se detuvo por un instante, respiró hondo para recomponerse. Llevó la mano al rostro para secarse las lágrimas y, en ese mismo momento, algo llamó su atención. Su corazón casi se detuvo. Por un breve momento, vio dos dedos del señor Avelar moverse rápidamente. Contuvo la respiración, con los ojos muy abiertos, fijos en su mano. ¿Había sido solo su imaginación… o realmente se había movido? Patricia se quedó inmóvil. Su corazón latía con fuerza y la respiración se le quedó atrapada en la garganta. Parpadeó varias veces, insegura de si realmente había visto aquello o si su mente le estaba jugando una mala pasada. Los dedos del señor Avelar se habían movido. Rápido, casi imperceptible, pero ella estaba segura de lo que había visto. —¿Señor Avelar? —susurró, inclinándose un poco más cerca. Observó atentamente su mano, esperando alguna otra señal. La emoción inundó su pecho, una mezcla de esperanza y nerviosismo. ¿Acaso estaba saliendo del coma? Tragando saliva, tomó su mano con delicadeza. —Si puede oírme, intente mover los dedos otra vez… —pidió suavemente. Los segundos siguientes parecieron una eternidad. La habitación estaba en completo silencio, solo el sonido del monitor cardíaco resonaba en el ambiente. Y entonces, allí estaban de nuevo. Dos dedos se movieron ligeramente. Un sollozo escapó de los labios de Patricia. Su corazón se desbordó de emoción. Tenía que contárselo a Rafael. Se levantó apresurada, pero dudó. ¿Y si solo era un espasmo involuntario? No quería alarmar a nadie sin estar segura. Respiró hondo y decidió observar unos instantes más. Tocó con suavidad su brazo, esperando otra señal. —Señor Avelar, si puede oírme, mueva los dedos una vez más. Esta vez, no ocurrió nada. La enfermera mordió su labio, sintiendo cómo la incertidumbre se instalaba en ella. Pero su instinto le decía que aquello no era una coincidencia. La esperanza brotó dentro de su pecho. Tal vez, solo tal vez… él estuviera finalmente despertando. Patricia dudó un segundo antes de correr y golpear la puerta del cuarto de Rafael. Su corazón acelerado delataba su inquietud. No pasaron más de dos segundos antes de que la puerta se abriera, como si él ya estuviera despierto y alerta. Rafael apareció frente a ella, con pantalones, descalzo y sin camisa. Su pecho ancho y definido revelaba la rutina disciplinada que mantenía, pero Patricia apartó la mirada rápidamente, sintiendo cómo le ardían las mejillas. —¿Qué pasa? —preguntó él, con evidente preocupación en la voz. Ella respiró hondo, intentando concentrarse en el motivo que la había llevado hasta allí. —Señor Avelar… creo que vi a su padre moverse —reveló, aún insegura. Los ojos de Rafael se entrecerraron ligeramente, y dio un paso hacia ella. —¿Moverse? ¿Cómo así? —Estaba leyéndole y… por un segundo, vi que movió los dedos. Pero no sé si fue un espasmo involuntario —añadió rápidamente, sin querer crear falsas esperanzas. Rafael se pasó la mano por el cabello, con expresión seria. —¿Estás segura de lo que viste? Patricia mordió el labio, luchando contra la inseguridad. —No puedo estar absolutamente segura… pero fue lo bastante real como para traerme hasta aquí. Él contuvo la respiración por un segundo y, sin más dudar, pasó junto a ella y caminó decidido hacia el cuarto de su padre. Patricia lo siguió de cerca, sintiendo la tensión en el aire. Si lo que había visto era realmente una señal de mejoría… todo podía cambiar a partir de esa noche. Rafael se acercó al lado de la cama de su padre, con el corazón encogido. Tomó su mano con suavidad y la apretó levemente. Miró el rostro de su padre con los ojos humedecidos. —Siempre fuiste mi ejemplo, papá —dijo con la voz quebrada, casi en un susurro. La emoción lo dominaba, pero se mantuvo firme. Rafael acarició con ternura la frente de su padre. Antes de salir del cuarto, miró a Patricia, que lo observaba en silencio. Rafael la miró con seriedad, con confianza en los ojos. —No te alejes de él —dijo con firmeza, su voz ahora más controlada—. Va a necesitarte. No importa lo que pase, quédate con él. Patricia asintió, reconociendo la intensidad de sus palabras, y con una mirada comprensiva, respondió: —No se preocupe, estaré aquí. Rafael la observó un momento más y, con un suspiro, salió del cuarto, dejando a Patricia sola con el padre. Patricia dormía profundamente en el sillón junto al señor Avelar. El miedo de ir a su propio cuarto y que él la necesitara la había mantenido allí, a pesar del cansancio. Su rostro sereno mostraba el agotamiento del primer día, y su cuerpo estaba completamente rendido al sueño. Rafael entró en el cuarto de su padre y se detuvo al verla dormida. La observó unos segundos, notando lo pequeña y delicada que se veía allí, como si estuviera decidida a cuidar de su paciente a toda costa. Suspiró y murmuró en voz baja: —Debe de estar agotada… Con cuidado, se acercó y la tomó en brazos, sintiendo cómo su cuerpo se acomodaba contra el suyo. Caminó hasta su habitación y la acostó suavemente en la cama. Le quitó los zapatos y la cubrió con el edredón, asegurándose de que estuviera cómoda. Antes de salir, dejó la puerta entreabierta, por si algo ocurría. De regreso al cuarto de su padre, se sentó junto a la cama y tomó su mano, apretándola con ternura. —Llamé al equipo médico, papá. Esta tarde vendrán a examinarte para ver si realmente estás despertando. Permaneció allí unos minutos, observando al hombre, esperando algún otro movimiento, alguna señal de regreso. Pero el silencio y la respiración constante continuaron. Tenía que ir a la oficina. Tenía una reunión a las nueve en la cafetería cercana a la empresa, pero antes debía firmar un documento importante. Con una última mirada a su padre, se levantó y salió, listo para enfrentar otro día de trabajo. Al llegar a la oficina, Rafael no perdió tiempo. Tomó la pluma y firmó el documento que debía resolverse con urgencia. Apenas terminó, llamó a su secretaria para darle algunas instrucciones. Mientras conversaban, se levantó y tomó el saco, preparándose para salir. En el instante en que metió un brazo en la manga del saco, su celular vibró sobre el escritorio. Miró la pantalla y frunció el ceño: número privado. Ignoró la llamada y siguió vistiéndose, pero el teléfono volvió a sonar. Exhalando con fastidio, contestó. —Rafael. Una voz femenina sonó al otro lado de la línea, cargada de arrogancia e impaciencia. —¿Tu padre ya despertó? Reconoció la voz de inmediato. —Estela… —su voz salió cargada de frustración—. No. Y, por favor, no vuelvas a llamar. Ella rió suavemente, como si su respuesta no tuviera importancia. —Llamaré cuando quiera, Rafael. Augusto es mío y de nadie más. De hecho, iré a la mansión a verlo en los próximos días. Rafael sintió hervir la sangre. Su atrevimiento era irritante, pero no podía permitir que se acercara. —Aléjate, Estela. La esposa de mi padre no querrá ver otra mujer rondando por ahí. El silencio se prolongó al otro lado de la línea. Por un breve instante, Rafael pensó que había colgado, pero entonces escuchó un susurro inseguro. —Estás mintiendo… Sonrió, satisfecho con su reacción. —Entonces ve y compruébalo con tus propios ojos. Antes de que pudiera responder, cortó la llamada. Rafael se pasó la mano por el rostro, exasperado. Sabía que Estela era la principal sospechosa de lo que le había ocurrido a su padre y, sin querer, acababa de crearse un nuevo problema. —¿Y ahora? ¿Dónde voy a conseguirle una esposa? ¡Maldita sea! Se dejó caer en la silla, mirando al techo mientras su mente trabajaba a toda velocidad. Necesitaba una solución… y la necesitaba rápido.






