El destino los había enredado en una danza peligrosa, donde el odio era la única barrera que mantenía sus corazones a salvo del abismo de la pasión prohibida.
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Kael:
La observo mientras se remueve y pasa a mi lado, la sigo con la mirada, viendo cómo sus pasos la alejan en la penumbra. Suspiro suavemente y levanto la vista al cielo, buscando en las estrellas un destello de paz que no llega.
«Ella se convirtió en nuestra mayor maldición», —murmura Tiān Láng en mi mente. Asiento levemente, un acuerdo silencioso entre nosotros. Lunara es eso: un peso inquebrantable que me arrastra hacia las sombras, una carga que, por mucho que me niegue, ya no puedo soltar.
Me encamino a la azotea, los pasos resonando en el pasillo vacío. Al llegar, la veo allí, con los brazos cruzados sobre la mesa y su barbilla descansando en ellos. Está distraída, sus ojos fijos en un punto invisible. Frunzo el ceño al verla así, perdida en sus pensamientos, ignorante de mi presencia.
«¿