Todos erramos alguna vez.

Luego de la conversación entre Violeta y Sabrina, la pelicastaña subió para ver a su madre. Tocó la puerta un par de veces, hasta que finalmente Lara abrió, al verla frente a ella permaneció en silencio, aguardando los insultos de su hija.

—¿Podemos hablar?

—Claro, Violeta. Entra. —Violeta entristeció al ver sobre la mesa de noche un portarretrato suyo de cuando apenas tenía meses. Se aproximó y lo tomó entre sus manos.

—¿Soy yo? —la mujer asintió, no se atrevía a pronunciar ni una sola palabra, sentía un nudo en la garganta.— Lamento todas las cosas que te dije abajo, Lara. Pero tienes que entender que no es fácil para mí comprender algunas cosas.

—Lo sé, Violeta y sé que me merezco todo lo que me has dicho, lo sé —baja el rostro clavando la mirada en el suelo.

—No, Lara, no tengo derecho a juzgarte.

—Violeta, no sabes cuanto sufrí al verte ir con los Wesler, pero mi amor de madre me decía que ellos podían darte lo que yo no, una familia, un hogar. Por eso dejé que te fueras
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