EUNICE
—Debes ir a verlo —insistió Catrina, cruzada de brazos frente a la chimenea encendida.
—No puedo dejar a las niñas solas —respondí, sin moverme de la alfombra donde dormían mis hijas. Eran todo lo que tenía… y todo lo que podía perder si me equivocaba.
Catrina suspiró y se acercó. Se agachó frente a mí con una pequeña botella de cristal azul entre las manos.
—Tus hijas van a estar bien. Te lo prometo. Solo tienes que ir a verlo. Él está allá afuera, esperándote… como lo ha hecho durante años, sin siquiera saber por qué.
Tomé la botella con recelo. El líquido dentro parecía moverse con vida propia, como si conociera el peso que traía.
—¿Qué es esto?
—Una mezcla que lo hará recordar —dijo con firmeza—. Todo. A ti. Su historia. Su dolor… y también su verdad.
—¿Y para qué, Catrina? —le pregunté, mirándola a los ojos—. ¿Para que recuerde que lo arrojé a un destino incierto?
—Para que lo entienda —respondió con voz más suave—. Lo mínimo que puedes hacer, Eunice, es mostrarle quién e