Una princesa en apuros.
Después de la comida familiar, y tras escapar de una conversación incómoda sobre protocolos diplomáticos que ni Roderick entendía del todo, él tomó la mano de Azalea y la guió por uno de los pasillos del ala este.
—¿A dónde vamos por aqui? —preguntó ella, jugando con los dedos de él mientras caminaban.
—A mi rincón favorito del castillo. Donde soy más yo que príncipe.
—¿Tu cocina secreta de repostería?
—Eso es el segundo lugar. El primero es mi despacho.
El despacho de Roderick era una mezcla de biblioteca, laboratorio y gabinete de médico. Al abrir la puerta, el olor a papel viejo, tintas, alcohol y hierbas secas llenó el aire. Frascos con etiquetas escritas a mano adornaban estantes llenos de libros abiertos y pergaminos enrollados.
—¿Sabías que cada día aparece una técnica nueva? —dijo él con entusiasmo, señalando un manuscrito—. Esta semana, un médico del norte probó el uso de un polvo para curar infecciones en la piel. Lo llaman penicilina.
—¿Penicilina? ¿Y qué hace?
—Mata bacter