A medida que el día comenzaba a declinar, todo en Shadow Moon adquiría un tono rojo mortecino. Parecía que la tierra se había invertido y los abismos infernales ocupaban ahora el firmamento, desplazando a los brillantes astros que habían desaparecido sin dejar rastro. El miedo comenzaba a calar hasta los huesos de quienes habitaban ese lugar. Nada se oía, pero se sentía: la muerte flotaba en el aire como una promesa inevitable. Cada ser viviente corría a refugiarse donde pudiera simular seguridad. Los guardias miraban de un lado al otro, intentando adivinar desde qué rincón se desencadenaría el golpe fatal. Porque si algo era seguro, es que esa noche muchos de ellos dejarían de existir. Gritos ensordecedores sacudieron el momento exacto en que la última llama del sol se hundió en el horizonte. La muerte había cobrado a su primera víctima.
_ ¡Nuestra luna ha muerto! _ clamaba el pregón que se deslizaba por las calles como un lamento. A esa hora, el alma de la última omega abandonaba su