El viaje hacia el sur comenzó bajo un sol que parecía decidido a incendiar el cielo. La caravana de cuatro SUVs blindadas avanzaba como bestias metálicas sobre la vasta extensión de dunas, levantando nubes de arena que brillaban como oro líquido a la luz de la mañana.
Lyra iba en el asiento delantero del vehículo que conducía Alaric. Draven los seguía muy de cerca en el segundo, y los otros dos vehículos —los que transportaban a los guardias de élite— cerraban la formación en rombo. Todos se movían a través del sistema de navegación satelital del palacio, proyectado en las pantallas internas.
—El calor está más fuerte de lo usual —murmuró Alaric, ajustando la ventilación.
Lyra observaba las dunas desde la ventana. El desierto parecía normal… pero ella lo sentía vibrar, como si hubiera latidos bajo la superficie.
—No es el desierto —respondió—. Son ellos.
Alaric giró apenas la cabeza.
—¿Los hijos de la Envidia?
—Sí.
Lyra cerró los ojos por un instante.
—Se mueven por debajo de la arena