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Arco 1: Capítulo 4 – Fuego entre las sombras

El amanecer llegó con un aire cargado de humedad y ceniza, como si la noche anterior hubiera dejado su marca indeleble sobre Arden. Caminé por el patio principal, sintiendo cómo cada paso hacía crujir la gravilla y cómo el frío de la mañana penetraba mi abrigo. Los lobos guardianes me rodeaban, sus ojos brillando con un fulgor que me recordaba que incluso los seres que parecían leales podían ser testigos de traiciones y secretos. El murmullo del bosque cercano parecía tener vida propia, un recordatorio constante de que esta tierra, aunque familiar, estaba llena de enigmas. Cada sombra parecía susurrar recuerdos de la masacre, ecos de fuego y gritos que todavía me perseguían.

La tensión entre Lyra y yo era palpable, incluso sin palabras. Su presencia se sentía como un peso en el aire, cada gesto controlado, cada mirada calculada, un desafío silencioso que me obligaba a medir mis movimientos. El Consejo de Lunas había impuesto un pacto que no elegimos, y sin embargo, estábamos atrapados en él, obligados a colaborar mientras la desconfianza crecía entre nosotros. Sus ojos dorados me cortaban como cuchillas, y aunque intentaba mantener la calma, sentí que mi cuerpo reaccionaba antes que mi mente. Cada respiración compartida con ella era un recordatorio de que el pasado no puede ignorarse y de que cualquier gesto equivocado podía desencadenar un conflicto mayor.

Me dirigí al salón de entrenamiento, donde Kaelen supervisaba a los aprendices. Su mirada se detuvo en mí durante un instante que duró demasiado tiempo. Sabía que no estaba allí solo para entrenar; estaba allí para observar, evaluar, y tal vez advertirme de lo que aún no podía ver. Cada movimiento de mi cuerpo debía ser preciso, cada respiración calculada. El bastón que llevaba en las manos se sentía pesado, como si absorbiera toda la tensión de los años de exilio. Los lobos guardianes se movían a nuestro alrededor con sigilo, recordándome que en Arden nada estaba libre de vigilancia.

Lyra apareció entre las columnas de piedra, su porte inmutable. Cada paso suyo hacía eco en el suelo, cada movimiento calculado, como si ella misma fuera una extensión de la fortaleza. Sus ojos se posaron en mí por un instante más largo de lo esperado, y sentí un estremecimiento recorrer mi espalda. No era miedo, ni deseo, sino reconocimiento: ambos sabíamos que este encuentro era solo el comienzo de algo más profundo y peligroso. La tensión entre nosotros se volvía casi tangible, como una cuerda tensada hasta el límite, lista para romperse.

—Alaric —dijo, su voz firme y controlada—. Hoy practicarás con los aprendices. Pero no solo se trata de fuerza. Se trata de estrategia, de leer a tus compañeros y anticipar sus movimientos. Arden no perdona la imprudencia.

Sentí un calor incómodo subir por mi nuca. Su orden no era sorpresa; esperaba que yo demostrara habilidades que parecían olvidadas durante los años de exilio. Pero había algo más, algo que no podía precisar: una advertencia velada, un mensaje que insinuaba que mi regreso no era completamente bienvenido. Cada palabra de Lyra era un filo disfrazado de instrucción, y cada gesto suya transmitía autoridad y peligro. Me recordaba que el pasado no es solo memoria, sino un campo de batalla donde la verdad y la mentira se entrelazan de manera imperceptible.

Comencé el entrenamiento con los aprendices. Cada golpe, cada giro, cada movimiento debía ser preciso. Recordé los días de mi juventud, cuando entrenábamos sin descanso, y cómo esos años habían forjado músculos y reflejos que ahora despertaban lentamente, aunque con cierta torpeza. Kaelen me observaba desde un costado, silencioso, evaluando cada gesto, cada respiración. Su lealtad a Lyra era evidente, pero también había un brillo de nostalgia en su mirada, como si aún recordara los días en que éramos aliados.

Durante el entrenamiento, noté algo extraño: pequeños símbolos grabados en la madera del suelo y en los muros del patio. No eran simples marcas; tenían un patrón que reconocí de inmediato, uno que había aprendido durante mis años de estudio sobre los antiguos rituales del Fénris. Alguien había dejado un mensaje oculto, una pista que no estaba destinada a cualquiera, sino específicamente para mí. Mi corazón se aceleró; cada señal, cada símbolo, era un recordatorio de que el pasado no estaba muerto y de que los secretos que creía enterrados todavía respiraban en Arden.

Lyra se acercó mientras analizaba las marcas, su expresión impasible, pero sus ojos traicionaban curiosidad. —¿Reconoces esto? —preguntó, con un tono que mezclaba desafío y advertencia.

Asentí sin apartar la mirada. No podía revelar demasiado; aún no era seguro. —Sí —respondí con voz controlada—. Son viejas señales del linaje de los Fénris.

Ella frunció ligeramente el ceño, y por un instante sentí una chispa de respeto o tal vez reconocimiento. No dijo nada más, pero el gesto bastó para recordarme que, aunque parecía distante, estaba igualmente atenta a cada detalle, a cada movimiento, a cada sombra que pudiera alterar el equilibrio de Arden.

Horas más tarde, mientras el sol se inclinaba hacia el horizonte, me encontré con Maeve Thorne nuevamente. Su silueta se recortaba contra la luz dorada, y su presencia era tan enigmática como siempre. —Alaric —dijo con suavidad—, las marcas que has visto no son simples recuerdos. Son advertencias. Y no todos los que te rodean son lo que aparentan.

El corazón me dio un salto. Maeve rara vez hablaba en acertijos sin propósito. —¿Advertencias de qué? —pregunté, intentando mantener la calma, aunque mi mente trabajaba a toda velocidad.

—De traición, de secretos enterrados, de decisiones que podrían destruirte si no actúas con cautela —respondió, dejando que sus palabras flotaran en el aire, cargadas de gravedad—. Y recuerda, Alaric… incluso Lyra puede no ser lo que parece.

Su advertencia resonó en mi mente como un eco de los años perdidos, y comprendí que mi regreso a Arden no era solo una prueba de fuerza, sino un inicio de un juego mucho más peligroso, donde cada gesto y cada palabra podían ser utilizados en mi contra. El bosque, los lobos, los símbolos antiguos, todo formaba parte de un entramado que apenas comenzaba a revelar sus hilos invisibles.

Al caer la noche, la fortaleza se sumió en un silencio denso, solo roto por el viento y los aullidos lejanos de los lobos. Caminé por los pasillos hacia mi habitación, cada paso cargado de cautela, consciente de que alguien podía observarme desde la penumbra. Cada sombra parecía contener secretos, cada crujido de madera un mensaje oculto.

Mientras me preparaba para descansar, mi mente repasaba cada encuentro del día: los símbolos antiguos, la mirada de Lyra, las advertencias de Maeve. Cada detalle era una pieza del rompecabezas, y la sensación de peligro se intensificaba. Comprendí que no podía confiar plenamente en nadie, ni siquiera en quienes parecían aliados. La desconfianza debía ser mi espada, y la astucia mi escudo.

Un ligero golpe en la ventana interrumpió mis pensamientos. Giré con rapidez y vi apenas el movimiento de una sombra que desaparecía entre los árboles. Mi instinto me indicó que no era un animal, ni un aprendiz, sino alguien observando, evaluando, quizás manipulando los eventos desde la distancia. Sabía que el exilio me había preparado para desconfiar, pero esta sensación era diferente: más intensa, más peligrosa.

La luna llena brillaba sobre Arden, bañando la fortaleza en una luz fría y plateada. Cada sombra se alargaba, cada sonido se amplificaba, y la sensación de ser observado creció hasta volverse casi tangible. Sentí que la noche misma conspiraba para revelar secretos y poner a prueba mi instinto y mi valor. Sabía que el peligro no estaba solo afuera, sino también dentro: en las intenciones ocultas de los que me rodeaban, y en las emociones que no podía controlar frente a Lyra.

Me recosté en la cama, pero el sueño no llegaba. Cada pensamiento giraba alrededor de las advertencias, de los símbolos y del hombre encapuchado que había encontrado en el bosque. La certeza de que Arden escondía mucho más de lo que podía percibir me mantuvo alerta, mientras la brisa nocturna acariciaba las cortinas y susurraba promesas de traición y revelación.

Mi mente estaba en guerra, atrapada entre el pasado y el presente, entre el deseo de descubrir la verdad y la necesidad de sobrevivir. Cada instante estaba cargado de tensión, cada respiración era un recordatorio de que en Arden, la línea entre la vida y la muerte, la lealtad y la traición, era extremadamente delgada. Y mientras la luna recorría el cielo, comprendí que mi regreso no era solo un acto de redención, sino la apertura de un camino oscuro, lleno de secretos que podrían consumirnos a todos.

Cliffhanger:

Un crujido detrás de la puerta me hizo girar de inmediato, y la sombra de alguien desvaneciéndose en la penumbra me dejó con un escalofrío:

—“No confíes en lo que ves… ni en lo que sientes.”

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