El amanecer llegó como un cuchillo de luz que se filtraba entre las nubes grises, recortando sombras largas sobre la tierra aún mojada por la lluvia nocturna. Cada hoja, cada rama, parecía bañada en plata y ceniza al mismo tiempo, recordándome que este lugar estaba vivo, y que la memoria del fuego aún respiraba entre sus rincones. Mi cuerpo seguía rígido por la tensión del día anterior, la confrontación con Lyra y la imposición del pacto de sangre, pero también estaba cargado de un hormigueo inquietante, mezcla de anticipación y temor. Caminé despacio por el patio del clan, sintiendo la humedad calar mi ropa y la presión de los centinelas invisibles, como si cada sombra tuviera ojos que juzgaran mi regreso.Los lobos guardianes, enormes y elegantes, recorrían los límites del territorio con pasos silenciosos, sus ojos brillando con la luz naciente de la mañana. Recordé que durante mi exilio aprendí a leer cada gesto, cada respiración de estas criaturas; sus movimientos eran pistas, señ
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