Diego no aguantaba más, justo cuando estaba abriendo la bragueta de su pantalón para poseerla, entraron un grupo de hombres con baldes contentivos de hielo y sin siquiera dejarlo reaccionar, los arrojaron en la bañera haciéndolos brincar a los dos, también llegaron los paramédicos y Miguel detrás, tenía sus ojos rojos como si hubiese estado llorando. Se quitó la camisa y se la entregó a Diego.
—¡Cúbrela y déjanos a nosotros con ella! A partir de aquí yo me encargo de mi hermana —pronunció con voz fría.
—No te voy a dejar solo, voy contigo, porque Anaís es… —la voz severa de Miguel lo detuvo.
—¿Qué carajos es para ti? Una vez te fuiste y la dejaste, la vi sufrir por ti y si no es por Marco, ella se habría dejado morir. Y si aceptó casarse con Marco, era para evitar que mi papá