DominicElla jadeó, su cuerpo temblando bajo el mío. —Maldit0 ruso de mierd4. Te odio.—Yo te odio más… y si no gritas mi nombre, no pararé de reventarte y no te dejaré que llegues.—Eres un salvaje —gimió Trina, su voz entrecortada por el placer y el dolor.Aumenté el ritmo de mis embestidas, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba cada vez más. Sabía que estaba cerca del límite.—Di mi nombre —gruñí, clavando mis dedos en sus caderas.—Nunca —jadeó ella, desafiante, hasta el final.Deslicé una mano hacia su centro, estimulándola mientras seguía penetrándola. Trina arqueó la espalda, un gemido ahogado escapando de sus labios.—¡Dominic! —gritó finalmente, su cuerpo convulsionando de placer.Sonreí triunfante y aumenté el ritmo de mis embestidas. El sonido de nuestros cuerpos chocando llenaba la habitación, mezclándose con nuestros gemidos y jadeos. —Te odio —murmuró Trina, su voz apenas audible.—El sentimiento es mutuo, cariño —respondí, besando su hombro.Sentí el orgasmo construyénd
IzanCuando escuché la orden de Dante, algo dentro de mí se revolvió.“Llévensela y castíguenla como quieran. Solo no la maten". Ordenó bruscamente.La orden de Dante resonó en mis huesos como un disparo en la noche. Mis puños se apretaron solos. Elizaveta, con esos ojos grises que parecían un cielo gris y tormentoso, no suplicó. Ni una lágrima. Solo se quedó quieta, como si ya hubiera aceptado su destino. Algo en mi pecho se retorció. No dije nada. No era mi lugar. Pero cuando Edoardo la arrastró fuera de la sala, sentí el sabor amargo de la culpa en la boca. No protesté. No en ese momento. Porque sabía que él estaba fuera de sí. Porque sabía que una palabra equivocada podía volverse en una guerra y ya ambos estábamos lo suficientemente maltratados. Pero por dentro… por dentro me hervía la sangre.Sí, me equivoqué con Irina. Pero Elizaveta no es Irina. Ella no tiene esa malicia en los ojos. Su miedo es real. Su voz es temblor y desesperación. Y ahora, estaba siendo entregada
ElizavetaEl primer latigazo no dolió tanto como el último. Porque aunque el cuerpo se adapta al dolor… pero el alma no.Ellos me gritaban, me escupían, se reían.—¡Pide clemencia, rusa de mierda! —decían—. ¡Pídelo!No lo hice.No porque no quisiera, sino porque… no tenía voz.Edoardo con una expresión de burla, llamó a otro par de hombres y se orinaron encima de mí, mientras uno de ellos grababa toda la humillación que me hacían. El acto me provocó tristeza, rabia, náuseas, pero me negué a vomitar. No les daría esa satisfacción.Cerré los ojos, intentando desconectarme de la realidad. Pero cada latigazo me devolvía al presente, a ese lugar húmedo y oscuro donde el tiempo parecía haberse detenido.No sé cuánto duró. Podrían haber sido minutos u horas. El dolor se volvió una constante, un compañero no deseado que se negaba a abandonarme.Cuando los otros estaban saliendo, uno de ellos se acercó a mí con una expresión de pura maldad y me escupió.—Esto es solo el comienzo, put4 —escup
IzanLancé una última mirada a la joven inconsciente antes de salir. Su rostro pálido y magullado me perseguiría, lo sabía.Me pasé las manos por el rostro. Estaba agotado. Furioso. Jodidamente frustrado.Mandé a buscar a tres mujeres. Llegaron justo cuando comencé a caminar por el pasillo.Les dejé claro que se turnarían para atenderla, que no quería gritos, ni quejas, ni desobediencia.—Una palabra fuera de lugar… y las saco a las tres —advertí—. Deben cuidarla y protegerla.Ella descansaría al lado de mi cuarto.En parte por protección.En parte para asegurarme de que ningún hijo de put4 se le acercara mientras yo no pudiera protegerla.Llegué a mi despacho, tomé el teléfono, respiré hondo antes de contestar. Saludé a mi padre.—Hola, papá ¿Cómo estás?“Hola, hijo ¿Cómo has estado? ¿Qué cuentas? ¿Por qué se fueron a la finca sin decir nada? ¿Pasó algo? ¿Dónde está Trina? La he estado llamando y no me responde”.Pensé rápido, no podía decirle que no tenía idea dónde estaba mi herman
IzanMe llevé la mano a la cabeza, sintiendo una profunda tristeza por Elizaveta. Es que ni en mis peores momentos habría permitido que ni siquiera mi peor enemiga pasara por algo como eso.Estaba inquieto. Impaciente. Quería que el amanecer llegara ya. Quería salir de la visita de nuestras madres y ver cómo amanecía Elizaveta y que esperara. Que Dante recuperara la lucidez, si es que todavía tenía alma para encontrarla entre tanto odio y alcohol.A las cinco de la madrugada salí de mi habitación. Me detuve frente a la puerta donde la había dejado. Pregunté por su estado.—Sigue dormida, señor —me respondió una de las mujeres. —El médico la estabilizó, pero dijo que el cuadro es delicado. Está muy débil.Asentí. No había tiempo para más.Tenía otro infierno que enfrentar.Caminé con decisión por los pasillos hasta llegar a la habitación de Dante. El olor a licor y sudor me golpearon antes de que abriera por completo la puerta. Todo estaba hecho un desastre: botellas vacías, cristales
Izan—No pasa nada, mamá —dije con la voz más firme que pude fingir—. Trina se fue con unas amigas.Mi madre me miró como si pudiera ver a través de mi piel. Su mirada era cortante, filosa, peligrosa.—¿Con unas amigas? —repitió.—Sí… fue algo de última hora. Quería despejarse —agregué rápido, antes de que mi tía Inés interviniera.Pero ella no se quedó callada.—¿Y a ustedes qué les pasó? —preguntó con un gesto entre el desconcierto y la sospecha—. Parecen salidos de una pelea clandestina. ¿Por qué están tan malogrados?Apreté la mandíbula.—Fuimos a practicar kickboxing. Terminamos bastante mal parados —respondí encogiéndome de hombros, como si no fuera gran cosa.Mi madre y mi tía se miraron, solo una fracción de segundo.Una mirada silenciosa cargada de duda y complicidad materna.Luego mi madre asintió.—Está bien, vayamos a casa.La tensión nos acompañó hasta la mansión. Yo caminaba con las piernas tensas, como si cada paso fuera una cuenta regresiva.Mamá miraba cada rincón, l
DominicEl sol comenzaba a filtrarse por las ventanas del ala norte. Trina dormía como si el mundo no fuera un campo de batalla.Su cuerpo, desnudo y envuelto en las sábanas, era una tentación silenciosa.Me acerqué. Me incliné.Le di un beso en la frente.¿Ternura?Tal vez.Pero que no se repita, no voy a andar como estúpido babeando por una chica que estaba más cerca de la adolescencia que de la adultez. Nunca me había pasado eso, siempre las mujeres con las que me involucraba, o eran mayores a mí, o de mi edad, pero por primera vez, estaba enganchado con una jovencita y eso era algo que me inquietaba profundamente. No podía permitirme sentir nada por ella más allá del deseo carnal y la satisfacción de tenerla bajo mi control.Me alejé de golpe, murmurando para mí.—Maldición… esta mujer me está poniendo cursi. Tomé mi arma, la guardé entre la ropa en mis manos y salí de la habitación sin mirar atrás, como si huyera, vestido solo con un bóxer. El juego había comenzado y yo tenía q
Dominic—Nunca lo he traicionado… siempre le he sido leal —expresó Vasily temblando frente a mí, sus ojos inyectados en sangre, buscando una salida que no existía. —Es cierto —admití, recorriendo el filo de mi cuchillo con el pulgar —. Pero hoy no quieres delatar a quien te dio la orden, y le estás siendo más leal a esa persona que a mí, porque me estás mintiendo para protegerla a ella. Y sabes muy bien que a mí se me es leal siempre, no acepto medias tintas.El hombre tragó saliva, su mirada fija en el arma. —Dime, ¿quién te ordenó llevar a Trina a esa subasta? Si no me dices a quién obedecías… no me va a temblar la mano para acabar con tu vida.Él bajó la cabeza. No respondió. No negó. No admitió. Solo bajó la mirada como un maldit0 mártir.Me giré un poco. Contuve el impulso de partirle la cara… pero luego hice lo que le advertí. Lo sacudí contra la pared de la celda, y sin dar advertencia, en un movimiento rápido, agarré su mano izquierda y, con un tirón seco, arranqué la uña