Casi terminamos de comer cuando una brisa fría del océano corta el aire cálido y ambos miramos hacia el agua para ver nubes oscuras acercándose.
Me vuelvo hacia Ryan. —Se acerca una tormenta rápidamente—.
Ryan termina el último trozo de sándwich y se lame la mostaza de los dedos. —¿Lluvia?— Me observa con atención. —Tú con el vestido mojado...—
Yo también voy. «Tú con la camisa pegada al cuerpo».
Sus ojos brillan con picardía. —No nos vamos a ninguna parte—.
Me río entre dientes. «Supongo que no». En cuanto pronuncio las palabras, empiezan a caer gruesas gotas de agua, salpicando las hojas del árbol que está encima de nosotros.
La tormenta resulta ser muy fuerte, así que decidimos empacar el picnic. Cuando empiezan a azotarnos fuertes ráfagas de viento, sé que es hora de abandonar nuestro plan.
—¡Vamos!—, tengo que gritar para que me escuchen por encima del murmullo constante de la lluvia torrencial. Cuando me levanto de un salto para salir corriendo de debajo del árbol, me empapo por