Ryan gruñe desde el sofá y yo lo miro para ver que tiene la piel teñida de verde.
—Tienes una resaca brutal—, le digo mientras sirvo las tazas del café. Ryan durmió en mi sofá anoche, donde logré que se tumbara después de que hiciera una versión torpe de un baile que había visto en una película sobre strippers masculinos. —Es obvio que los hombres lobo no beben por algo—.
—Tu voz me duele la cabeza. —Se tapa la cabeza con la manta y gime—. Es culpa tuya.
La luz del refrigerador se apaga al abrir la puerta. —Intenté advertirte, pero dijiste que estaba siendo controladora—. Le sirvo a Ryan un vaso de agua de una jarra fría y abro un armario en busca de un medicamento para el dolor de cabeza. —Y cuando intenté evitar que bebieras demasiado, no me hiciste caso—.
Gime. «Tengo un vago recuerdo de eso. Puedes mandarme a casa ahora si quieres».
Se me ha pasado por la cabeza. Pero apuesto a que va contra las reglas a estas alturas del proceso. Por ahora, estamos atrapados el uno con el otro. S