Una noche bastante distinta.
Su jefe la condujo por un pasillo hasta una enorme sala y pudo ver una mesa de madera maciza a juego con cuatro sillas. El espacio era abierto y en el otro extremo había un enorme sofá de tres cuerpos, dos individuales y una mesita redonda de cristal. A su derecha, por el rabillo del ojo, vio una barra americana que separaba la cocina del resto de la enorme sala.
—Te conozco lo suficientemente bien como para intuir que ahora mismo quieres echar un vistazo al resto de la casa —imperó su jefe, provocando que lo mirara.
Había cierto atisbo de diversión en los ojos del hombre y se dio cuenta de que estaba tratando de contener una sonrisa.
—Oh, no. No me atrevería a…
—Adelante, puedes dar un recorrido. No me molesta. —Entrecerró los ojos, tratando de descifrar si él estaba hablando en serio—. Eres una persona curiosa, Johari, y sé que quieres mirar. Puedes hacerlo.
—Lo soy, pero es su casa y no…
—Te pedí que me llames por mi nombre, nada de formalismo. —¿Qué era ese brillo enigmático