50. CAMINANDO HACIA EL DESTINO
CONDE LUIS RENARD
Creí que lo peor había pasado.
Que el dolor había cedido un poco tras esas dos semanas sin verla; que mis noches ahogadas en licor habían servido de algo. Pensé que finalmente estaba listo para dejar ir a Lizzy... a mi dulce y torpe Lizzy.
Me equivoqué.
El peso de las palabras de su madre sigue clavado en mi pecho como una daga. Fue muy clara: no me quiere cerca de su hija.
Y tenía razón, maldita sea. Yo no soy nadie frente a un príncipe.
No tengo un reino que ofrecer.
Solo puedo ofrecerme a mí mismo... y mi amor.
Y en este mundo eso no vale nada.
En mis manos reposa otro sobre.
El quinto en el último mes.
Una nueva petición de unión entre familias.
Un recordatorio de que los hombres como yo no pueden simplemente enamorarse y ya.
Tengo apenas veinte años y, sin embargo, la orden real que fomenta matrimonios estratégicos ya me está arrinconando como a muchos otros caballeros.
Unir fortunas.
Unir tierras.
Unir influencias.
El amor es solo un lujo para los ingenuos.
Y a