Capítulo 3. Cándida.

Natalia permanecía indiferente, mientras Simón su padre, la miraba sintiendo vergüenza por ella, reprochándose en el interior por no haber sido mucho más duro con Natalia desde un principio, por eso él la consideraba una mujer caprichosa, descarada, amoral con poco respeto hacia los demás. 

 

 —Por una vez en la vida Natalia, te pido hagas las cosas bien para la familia, estamos en una gran crisis económica y solo Kostantin Petrakis puede ayudarnos, no me sigas decepcionando más con tu comportamiento, ya no eres una adolescente, sino una mujer y debes aprender a comportarte como tal ¿Has entendido? —le preguntó con preocupación, temía lo que ella fuese capaz de hacer. 

 

—Perfectamente señor Simón, no me tenga miedo, después de todo soy una hija obediente —expresó con burla. 

 

El hombre hizo un gesto de desagrado, quiso debatirla, mas no quería iniciar un nuevo conflicto con ella. 

 

 —¡Tienes media hora para arreglarte! Te espero abajo —manifestó saliendo de la habitación sin poder ocultar su gesto de desprecio hacia la mujer. 

 

 

Natalia escuchó las últimas palabras de su padre, pidiendo que se alistara, hizo una mueca mezcla de rabia, asco. 

 

 

—¡Maldit0 infeliz! No tienes idea de cómo deseo asfixiarte mientras duermes, ¡Perro desgraciado! —rezongó con amargura, pues eso era su vida nada, era una inf3liz, frustrada. 

 

A pesar de querer negarse, no pudo hacerlo, sabía que esa no era una opción, por eso se levantó a ducharse, trataba de mantener su mente en blanco, no quería pensar, pues no tenía ganas de recordar un pasado tan vergonzoso. Por ello decidió, que en vez de perder el tiempo en situaciones a las cuales no podía dar solución, optó por cantar en el baño para distraerse, se le vino a sus pensamientos Apariencias de Warcry  comenzó a interpretarla «Por fin hoy sé, que nadie vendrá a darme el cielo sin más», mientras lo hacía levantaba el rostro para ser bañado por la lluvia artificial de la ducha, mientras estas se mezclaban con sus lágrimas, de dolor, de tristeza, de tanto y a la vez de nada. 

  

 Al salir de allí, se colocó un elegante vestido rojo ajustado, aplicándose un lápiz labial del mismo color y se maquilló perfectamente, resaltando sus azules orbes y dejando la gran melena negra azabache suelta. Estaba hermosa, despampanante, representando mucha menos edad de sus treinta y un años, en realidad parecía de diez menos, le cabía el refrán «Vaca chiquita siempre es ternera», sin embargo, enfundó sus pies en unos tacones de quince centímetros. 

 

—¡Problema resuelto! ¡Qué empiece el espectáculo Kostantin Petraki! ¡Voy ahora por ti! —exclamó con sus ojos iluminados por un extraño brillo.

 

Cuando bajó a la sala, Sergio estaba esperándola sentado, apenas la vio se levantó, mirándola con intensidad. 

 

—¡¿Qué haces aquí?! ¡Pobre mequetrefe! Deberías avergonzarte siquiera de estar ante mi presencia —espetó apretando la boca en un profundo gesto de enfado. 

 

—Natalia, por favor, yo te amo, déjame demostrarte cuán grande, es mi amor por ti. Juro esta vez enfrentarme a todos, con tal de volverte a tener junto a mí —confesó el hombre en tono suplicante. 

 

La mujer lo vio de soslayo y se carcajeó, mientras movía la cabeza en forma negativa con una expresión de indiferencia. 

 

—¡Yo no te amo! Y no te olvides, solo fuiste un peón en el tablero de los Ferrer Altamirano, ahora ni eso eres, porque están inclinando la atención a un verdadero rey, con el fin de derrocarlo a través de esta reina —hizo un gesto de burla hacia sí misma y continuó hablando—. Sabes Sergio, de entre nosotros dos, tú eres más digno de lástima, porque no eres nadie, ¿Qué tienes? —No esperó respuesta, se contestó ella misma—. No tienes un carajo ¿Te ha servido de algo tu lealtad? Tampoco. Ahora no cuentas ni siquiera con el dinero que solías tener, aunque en tu defensa debo decir, me terminé apropiando de una buena tajada y con todo eso, aún sigues detrás de mí como un perro faldero —volvió a carcajearse mientras veía a su padre acercarse—. Definitivamente no aprendes Sergio. Si yo fuera tú, me mantendría alejado de una mujer como yo, le traigo muy mala suerte a los hombres. 

 

 »Además, ya no nos sirves a nuestro objetivo, Si no me crees pregúntale a mi  papá —expresó dirigiendo la mirada a su padre la pregunta, quien se mantuvo estático, sin la mínima expresión de su rostro— ¿Y sabes por qué Sergio? Porque ahora eres casi tan mugroso como Vasil, eso no es más que el Karma. ¿Lo recuerdas? 

 

El hombre palideció por un momento, para segundos después sonreírle. 

 

—¿Y tú Natalia? ¿Recuerdas al muerto de hambre griego? —inquirió el hombre estudiando el semblante de la mujer, buscando alguna señal de afectación en el rostro, pero ella se mantuvo impertérrita y en un tono provisto de excesiva calma respondió. 

 

—¡Jamás podré olvidarlo! —exclamó quedándose pensativa por unos segundos, para luego darle continuidad a sus palabras— ¿Cómo olvidar a la primera víctima de mis engaños? ¡Nunca! ¿Verdad padre? Lo siento Sergio, no puedo continuar hablando contigo, voy a conocer a mi próxima víctima —sonrió colocándose los lentes y caminando hacia la salida. 

 

 En ese momento, una de las mujeres de servicio se paró frente a ella y casi suplicante pidió su atención. 

 

—Señorita Natalia, por favor, necesitamos su ayuda, Lorena una de las otras chicas de servicio tiene a su hijo enfermo, no puede venir a trabajar y el administrador de la casa quiere echarla, además no tiene dinero para comprar las medicinas, ni pagar las facturas médicas —el cuerpo de Natalia se tensó, no obstante, antes de responder vio la expresión de su padre. 

 

—¿Y? ¡Eso no tiene nada que ver conmigo! —espetó apartando a la mujer frente a ella—. No soy ni centro de ayuda social, ni médico, ni enfermera, no tengo vocación de servicio. Vean y arreglen sus propios asuntos y déjenme fuera de ellos —pronunció con un semblante, frío ante la mirada de incredulidad y tristeza de la mujer, quien volvió a pararse frente a ella, pero no perdió tiempo y la apartó de un manotazo haciéndola caer —. Te digo, que te apartes de mi camino o entonces seguiré apartando yo ¿Tienes deficiencia auditiva? ¡No me molestes! ¡No me interesan tus problemas! ¡No son los míos! 

La mujer se apartó avergonzada con un rostro de desconcierto, viéndola subir en la parte trasera del auto. Natalia tecleaba con celeridad un mensaje de texto en el celular, evitando ser vista por su padre, quien segundos después tomó asiento junto a ella sin dejar de mirarla. 

  

—¿Qué estás haciendo Natalia? —preguntó el hombre irritado. 

 

 —¿Yo? —respondió con inocencia—. Nada padre, solo siendo el orgullo de los Ferrer Altamirano. Tu preciosa hija, como siempre lo esperabas. 

 

  

—¡No juegues conmigo Natalia! Mi paciencia tiene un límite y tú la estás alcanzando ventajosamente —respondió el hombre sin poder ocultar el enojo en sus palabras. 

 

 —Lo mismo te digo padre, la mía también se ha agotado, incluso mucho antes de la tuya. Y no tienes idea de cuán peligrosa puede llegar a ser una mujer impaciente… vas a terminar diciéndome lo que deseo, porque te juro que no voy a responder de mis actos… un día de estos, se me va a olvidar que eres mi padre y que debo guardarte la mínima consideración —expresó. 

 

 Segundos después, sacó unos audífonos de la cartera y se los colocó en los oídos, para no continuar teniendo esa conversación con su padre, mientras pensaba cuando llegaría el día de deshacerse de ese hombre ¿Acaso su nuevo esposo la lograría librarse de él o tendría un destino como Vasil, Sergio?, suspiró con nostalgia.

  

Simón, no pudo evitar mover con reproche su cabeza, entretanto pensaba «¿Por qué no pudo tener una hija obediente y con un alto sentido de la moral, como Cándida, la unigénita de mi hermana? De ella si estaría orgulloso, no de esta z0rra a quien tengo como hija» pensó con enojo. 

 

                                           

«Quién miente, es adorado, quien dice la verdad, ahorcado». Mentira y Verdad.

 

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