El hombre soltó un gruñido de dolor y retrocedió un paso. Bajó la cabeza y observó con incredulidad cómo la sangre brotaba alrededor de la hoja. Luego alzó la mirada, y con sus ojos llenos de furia y odio, vociferó.
—Maldita perra, de que te mato, te mato.
Él con el puño cerrado le propinó un golpe en el estómago. Lucía se retorció y cayó lentamente de rodillas, su cuerpo convulsionaba de dolor. Un gemido ahogado escapó de sus labios entreabiertos mientras luchaba por mantenerse consciente. El hombre extendió nuevamente la mano para golpearla otra vez, pero, antes de que pudiera hacerlo, sus fuerzas lo abandonaron y se desplomó pesadamente en el suelo.
Con la escasa voluntad que le quedaba, ella comenzó a arrastrarse por el piso rugoso. Su cuerpo magullado y dolorido, y su mente atormentada por la intensidad del dolor, apenas le permitían avanzar. Sin embargo, el instinto de supervivencia la empujaba a seguir moviéndose hacia la puerta, que era su única esperanza de escape.
Al llegar,