Después de dejar a Amaya dormida por los sedantes, Ilán activó su nueva silla eléctrica y nos dirigimos hacia la salida del hospital, donde Armando nos esperaba en compañía de varios nuevos guardias de seguridad. Noté la preocupación asomando brevemente en el rostro de Ilán. A pesar de su amor y confianza en mí, a veces los celos lo asaltaban al ver cómo los periodistas se volvían locos por tomar fotos de su bella esposa, sobre todo después de mi retorno triunfal no solo como la afamada Ivory Cloe, sino como la señora Makis.
—¿No te molesta que te vean así con tu esposo paralítico? Te sacarán en todas las revistas del mundo —dijo, refiriéndose a la posibilidad de que los paparazzi capturaran este momento íntimo.—¿Por qué me va a avergonzar? Eres mi esposo —respondí con firmeza y orgullo, la