La atmósfera en la prisión se había transformado. Lo que generalmente era un día de rutina y melancolía se había convertido en una celebración de la feminidad y la autoexpresión, gracias a mis hábiles manos. Con cada ajuste y adorno, no solo cambiaba la tela, sino que tejía un poco de esperanza en los corazones de mis compañeras reclusas.
Una a una, las mujeres se acercaban, tímidas al principio, pero con creciente entusiasmo. Una mujer de ojos duros y gesto severo se presentó con un uniforme particularmente desgastado.—¿Crees que puedes hacer algo con esto? —preguntó, su voz llevaba un rastro de desafío mezclado con una curiosidad vulnerable—. Mi hija viene con mis nietos, no quiero que me vea así.Sonreí, viendo más allá del tejido raído, imaginando las posibilidades para enmendar aquella prenda.&