210. LA PAZ ANTES DE LA TORMENTA

IVORY:

Mientras tanto, Stefanos intentaba ayudar a Amelie a bajarse de la otra moto, mientras se disculpaba, porque a ella no le gustaba correr. Estaba muy mareada y parecía un pingüino en una pista de baile por la forma en que daba traspiés, sujeta por su novio.  

—La próxima vez —dijo Amelie, tambaleándose todavía—, mejor tomamos los autos. O una tortuga. O no sé qué vas a hacer, Stefanos, pero yo no vuelvo a montar en esa cosa detrás de ti, y mucho menos voy a seguir a este par de locos. ¿En qué estaban pensando? ¡Casi nos matamos!  

La risa fue unánime y espontánea al verla. Josefina, observando el espectáculo desde la puerta, no pudo contener la risa. Los cuatro, ahora rodeados por los de seguridad que nos miraban con reproche, formábamos un grupo divertido, sin poder dejar de reír.  

—¡Por todos los cielos! —exclamó Periklis, que había venido al encuentro de nosotros para ver qué sucedía con el grueso de los guardias de seguridad de la casa
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