Tomé aire y puse manos a la obra. Aunque hacía tiempo que no cocinaba, las habilidades volvieron a mí como si nunca se hubieran ido. Me esforcé en preparar una comida sana, poniendo en cada bocado mi deseo de nutrir tanto el cuerpo como el alma de Ilán. Una vez listo el plato, me acerqué a la cama y lo llamé con suavidad.
—Ilán, despierta, tienes que comer —lo llamé en un susurro tierno. Ilán abrió los ojos lentamente, parpadeando ante la luz tenue del cuarto y confundido por un momento sin saber dónde se encontraba, antes de enfocar su mirada en mí, sosteniendo un plato. Le sonreí tiernamente.—¿No, no te fuiste? —preguntó Ilán, complacido e incrédulo.—¿Por qué preguntas eso? Soy tu esposa, Ilán; jamás te abandonaré, a menos que tú me lo pidas. Deja