~Analía~
¿Cómo dejas ir los recuerdos que te atormentan? ¿Cómo sueltas tu pasado? Me encantaría tener respuestas, y cada día durante estos años no las encuentro.
Cuando me condenaron a quince años de prisión, tenía la esperanza de que Alex me iba a sacar en pocos días, pero a medida que pasaban las semanas y los meses entendí que todo fue una trampa; Él necesitaba una culpable y yo era la presa más fácil.
Me costó entender que el hombre que amaba me había traicionado, y cada día que pasó mi amor se fue convirtiendo en resentimiento, en odio y en ganas de verlo pisoteado por mí como lo hizo él ante todo los medios de comunicación; Alex se sintió el rey de una mentira creada por él y me convirtió en migajas.
La cárcel no es fácil para nadie, menos para mí que siempre fui tan inocente y quería comerme el mundo, pero entendí que las personas pueden ser crueles, que no hay que tener piedad con nadie.
Durante tres años pensé que todo estaba perdido, solo me tenía con vida mi idea de vengarme, y mi odio fue tan grande que me salvé cuando Alex mandó a unas reclusas que acabaran con mi vida, él no podía tener un cabo suelto, sin embargo, me salvé, y fue ahí donde me sacaron de la cárcel una organización que se encarga de investigar personas con vínculos en narcotráfico o negocios ilícitos, ellos me entrenaron hasta tenerme lista y mandarme a una misión.
Yo era una reclusa que tuvo acercamiento con Morris, era lo que necesitaban, a cambio de eso tendría mi libertad, y aunque tengo libertad condicional, para el mundo estoy muerta, ahora soy Analía, una socia más para las empresas Morris.
¿Quién podría dudar de una mujer hermosa, inteligente y capaz de poner a cualquiera en su lugar?
Miro mi reflejo antes de entrar a la empresa, mi vestido rojo ceñido al cuerpo se me ve bien, me marca las curvas, mi cabello en ondas me hace ver poderosa y mi maquillaje me hace sentir increíble, me hace sentir que nadie podrá conmigo, aunque por dentro esté llena de nervios. Veré al hombre que arruinó mi vida.
—Quiero ver a Alex Morris —hablo, mirando a la recepcionista.
Levanta una ceja al verme, y sin una sonrisa me responde.
—El señor Alex no podrá recibirla, está a la espera del nuevo socio. Puede sentarse al fondo a ver si le queda tiempo de verla.
Me queda claro que la peor enemiga de una mujer es otra mujer.
—¿Te quitas? Estorbas a los que vienen llegando.
—Dije que quiero ver a Alex Morris, llámalo. No me iré.
Está por responderme y se queda callada, escucho una tercera voz que reconozco.
—¿Tienen algún problema?
Miro al hombre a mi lado, lo conozco, es Abraham, el mejor amigo de Alex. Él es el perro faldero de Alex, no es más que un títere. Baja su mirada por mi cuerpo con una sonrisa. «Asqueroso».
—Le estoy diciendo a la chica que el señor Morris no la puede ver y no deja de insistir.
—Eso es cierto, el presidente está ocupado esperando a…
—Me espera a mí, ¿podrían entenderlo de una buena vez o necesitan que les haga dibujos?
Los dos se quedan mirando la cara.
—¿Analía Monterrubio? —inquiere Abraham, cambiando su postura arrogante—. Yo soy Abraham, el vicepresidente.
Me extiende la mano, pero no la tomo.
—Sí.
—Alex te ha estado esperando, por supuesto que puedes pasar.
Trata de ponerme la mano en el hombro y retrocedo.
—No me gustan las confianzas —mascullo. Miro a la secretaria que ahora sí tiene una sonrisa—. Tú estás despedida.
Es todo lo que digo y adelanto el paso.
No le voy a permitir a nadie que quiera hacerme sentir inferior, tiene que aprender a respetar.
—¿Siempre eres tan seria?
—¿Y tú siempre eres tan irritante? —me detengo a verlo—. No me gusta la gente tan regalada como tú, me parecen tan… insoportables.
Se queda callado por mis crudas palabras.
Él no me ha reconocido, parece que no tiene idea quién soy por más que me mire.
—Aquí es la oficina de Alex.
Por supuesto que iba a tener la mejor oficina, todo ha cambiado, el lugar está más grande y con más lujos, me imagino que es de todo el dinero que se ha ganado con sus malos negocios.
Abraham empuja la puerta y lo veo de espaldas a la ventana, lleva un traje negro que marca su cuerpo. Siempre fue tan atractivo.
«Yo puedo con esto».
—¡Ya te dije que no me interesa quién sea la competencia, aplástalos!
Su voz sigue siendo fuerte, y su postura tan firme como lo recuerdo.
—Alex.
Abraham lo hace mirarnos, y al darse la vuelta su mirada se queda fija en la mía, y toda la calma que había en mí desaparece. Sigue viéndose tan atractivo como antes, su cabello negro, sus ojos verdes y su cuerpo tonificado. Él sabe usar su belleza.
—¿Quién eres?
Me interroga, mirándome.
—Ella es…
Abraham intenta responder, pero no lo deja.
—Le pregunté a ella, tú cállate —su mirada fija en mis ojos me hace querer salir y olvidarme de mi venganza—. ¿Quién eres?
Aclaro mi voz.
—Analía Monterrubio.
Su expresión cambia al escuchar mi nombre y me extiende la mano con una sonrisa, dudo en tomarla, y en el momento que lo hago todos los recuerdos malos llegan a mí, y otros recuerdos que prefiero no tener.
Aprendí a controlar mis emociones, pero no puedo con él.
Aprieto su mano.
—Bienvenida a la empresa, Analía, estoy seguro de que nos vamos a llevar muy bien.
—De eso no tengo dudas, Alex.
Suelto su mano.
—Pensé hasta hace unas horas que era un hombre el nuevo socio, el que hizo los negocios te llamaba por tu apellido.
Mete sus manos en sus bolsillos.
—¿Te parece que una mujer no es capaz de sobrellevar tu empresa?
Me acerco.
—Las mujeres son débiles.
—Y los hombres unos imbéciles.