Le ordenaron a Callie que se pusiera de pie.
Nada más.
Ninguna tarea. Ninguna bandeja. Ningún movimiento permitido. Solo silencio y obediencia.
La orden había llegado sin ceremonias, la voz de Darian, baja y definitiva, mientras el palacio se preparaba para el rito formal: una reunión con peso religioso y consecuencias políticas. Los nobles llenaban las galerías superiores. Los guardias se alineaban en las paredes. Los sirvientes se movían como sombras.
Y Callie permaneció donde él la había colocado.
Al borde del círculo ceremonial.
Visible.
Tenía las manos perfectamente cruzadas frente a ella, con los dedos firmemente unidos para detener el temblor. El suelo bajo sus pies descalzos estaba frío, absorbiendo el calor de su cuerpo, pero el frío no calmaba el calor que se arremolinaba en su pecho.
Podía sentirlo sin mirar.
Darian se encontraba a varios pasos de distancia, cerca del estrado ceremonial, dominando el espacio sin esfuerzo. No la miró. No la reconoció.
Lo cual, de alguna mane