La luna se alzaba sobre el Castillo de las Sombras, bañando los torreones en un resplandor plateado. Desde las almenas se escuchaba el cambio de guardia, el choque metálico de las lanzas y los cascos de los caballos en el patio. El aire estaba impregnado de expectativa: el consejo, los rumores del Abismo, la cercanía de guerras por venir.

En medio de esa tensión, Lucian no encontraba paz. Después del encuentro en el jardín con Lyanna, su pecho ardía con un peso extraño, un fuego que había intentado apagar durante años, desde la primera vez que la vio en aquel corredor cuando lo trajeron moribundo.

Aquel recuerdo lo perseguía: Lyanna inclinada sobre él, sus labios moviéndose en un susurro que él apenas comprendió. Y ahora, verla con vida, con esa fortaleza tranquila… lo desarmaba.

Pero era imposible.

O al menos, debía serlo.

Cerró los puños con fuerza en su habitación, frente al espejo de cuerpo entero. Su reflejo mostraba a un príncipe marcado por cicatrices, pero no eran las heridas